|
Cartel de convocatoria al acto del 4 de mayo de 1886, redactado en inglés y en alemán. |
ada 1° de Mayo
la gente sencilla, trabajadora, se dispone a gozar de un día de descanso; acaso
un asado con los amigos, o simplemente quedarse en casa con la familia. Pero la
historia de esta fecha universal, es una historia de sangre y dolor; conmemora
la lucha por la jornada de ocho horas de trabajo, y el ahorcamiento de aquellos
obreros que, en 1887, dieron la vida por conquistar este derecho laboral, que hoy
figura en la legislación de casi todos los países del mundo; aunque en pleno
siglo XXI, no se aplique para la mayoría de los trabajadores.
Esta historia, que ha sido ocultada y tergiversada a lo largo de más
de un siglo, está dedicada a los trabajadores de San Rafael, y —por qué no—del mundo entero.
Origen del 1° de Mayo: Chicago, EEUU, 1886
as condiciones
de explotación laboral en aquella época, eran en verdad inhumanas; tanto en los
EEUU como en Argentina, y en todas partes del mundo. Las jornadas de trabajo
obligatorias promediaban las 14 o 16 horas diarias, sin vacaciones ni
aguinaldos, sin licencias por enfermedad, y con un régimen de días francos sumamente
limitados: en el Reglamento de la fábrica de Vasena (1919), por ejemplo, puede
leerse en el artículo 4°:
Con el agravante que, a voluntad
del patrón, era obligatorio ir a trabajar algunos domingos y feriados, sin
derecho siquiera a percibir el pago de horas extras.
En los EEUU esta situación
encontraba una fuerte resistencia en los trabajadores, en especial los de
ideología anarquista; que sostenían la necesidad de eliminar la explotación del
hombre por el hombre, para dar paso a una sociedad fraternal, donde todos
fueran “libres e iguales”, tanto en lo jurídico como en lo económico y social.
Cansados de vivir para trabajar,
en lugar de trabajar para vivir, los anarquistas norteamericanos organizaron
una gigantesca huelga general por las ocho horas, que comenzó —con todo éxito—
el 1° de mayo de 1886: 350.000 trabajadores, pertenecientes a 12.000 fábricas,
paralizaron ese día sus tareas.
En la ciudad de Chicago, Estado
de Illinois, la huelga encontró una decidida resistencia por parte de las
autoridades y de los empresarios industriales: los detectives de la famosa
agencia Pinkerton —aquella que existe aún hoy, y que se vanagloria de haber
asesinado a Butch Cassidy y Billy the Kid en Bolivia— ametralló sin piedad los
concurridos mitines obreros por las ocho horas, con un saldo de decenas de
obreros muertos, y cantidad de heridos. Esto provocó, por su parte, la furia de
algunos trabajadores, que decidieron por cuenta propia, que ya no iban a ser
fusilados impunemente.
El día 4 de mayo se realizó un
multitudinario mitin de protesta por los asesinatos, en el concurrido centro
comercial Haymarket Square, en la calle Randolph, de la ciudad de Chicago.
El acto se desarrollaba de
manera pacífica; y en determinado momento, oscurecieron el cielo negros
nubarrones, que presagiaban tormenta. La mayoría de los asistentes al acto se
retiraron, quedando solamente los oradores y un grupo de unos 300 hombres,
escuchándolos a pesar del mal tiempo.
El reloj daba ya las diez y
media de la noche, cuando el capitán William Ward, a cargo de las fuerzas
policiales, ordenó disolver el acto, a pesar de que los obreros no habían
perturbado el orden público en ningún momento. El orador que hablaba en esos
momentos, Samuel Fielden, replicó desde la tribuna: “¿Por qué, capitán? éste es un mitin pacífico”. No obstante el capitán repitió la orden, a la cual Fielden
contestó: “de acuerdo, nos iremos”.
Pero entre el público hubo alguien —nunca se supo quién fue— que
decidió enfrentar la prepotencia de aquel miserable oficial de policía, que
quizá sólo quería dar por terminado el acto, para volver a su casa tranquilamente
a cenar.
En ese instante, cruzó la oscuridad del espacio un cuerpo luminoso,
un “demonio silbante” —como le llamaron después, en el juicio— que cayó en las
primeras filas de los efectivos policiales, produciendo un estruendo atronador.
Era una bomba justiciera, que clamaba por las vidas obreras segadas en los días
previos, y por la interrupción autoritaria del mitin obrero.
Tras la violenta explosión, que provocó una herida mortal en el
agente Matthias J. Degan, reinó el caos entre las fuerzas policiales; una vez
dispada la nube de humo y polvo, los sobrevivientes se dedicaron a ametrallar,
si ton ni son, en todas direcciones, haciendo blanco en sus propias filas. Como
resultado de este trágico hecho, quedaron tirados en la calle Randolph los
cuerpos de unos sesenta policías, siete de los cuales murieron en las horas
subsiguientes.
Como consecuencia de estos hechos, las autoridades detuvieron y
procesaron a los oradores del mitin, acusándoles del asesinato del agente Degan.
En un juicio completamente amañado, sin garantía alguna para los acusados, el
Poder Judicial norteamericano condenó a la pena de muerte en la horca al obrero
nortemaericano Albert Parsons, y a los trabajadores alemanes George Engel,
Adolf Fischer, August Spies y Louis Lingg. Este último consiguió suicidarse en
su celda antes de ser ejecutado, para no darle gusto al Estado, de asesinarlo.
Además, se condenó al trabajador inglés Samuel Fielden y al alemán
Michael Schwab a cadena perpetua; y al obrero norteamericano Oscar Neebe, a 15
años de trabajos forzados.
|
Los Mártires de Chicago |
El 11 de noviembre de 1887 se ejecutó a los cuatro anarquistas. Las
crónicas de época relatan que, al llegar el momento fatal para los condenados,
Fisher entonó La Marsellesa, y sus
compañeros se le unieron en el canto; que resonó con vibrante eco en las calles
de Chicago, y en los corazones de los trabajadores.
La indignación de los
trabajadores de todo el mundo por este asesinato de Estado, finalmente se hizo
sentir. El Congreso Internacional de trabajadores, celebrado en París en 1889,
resolvió organizar “una gran
manifestación internacionalcon fecha fija de manera que, en todos los países y
ciudades a la vez, el mismo día convenido, los trabajadores intimen a los
poderes públicos a reducir legalmente a ocho horas la jornada de trabajo”.
La fecha elegida, en honor de los Mártires
de Chicago, fue el 1° de mayo de 1890.
La presión obrera se hizo sentir
hasta tal punto que, seis años después de los hechos, el gobernador de Illinois
accedió a que se revisara el proceso judicial. De esa manera, en 1893 quedó
establecido que los ahorcados no habían cometido ningún crimen, y que “habían
sido víctimas inocentes de un «error» judicial”. No hubo tal «error»; el Estado
necesitó dar un brutal escarmiento a los trabajadores y a los anarquistas, por
el delito de rebelarse a la explotación. Y no vaciló en falsear las pruebas
necesarias, para conseguir sus fines.
El 1° de Mayo en Argentina
onforme a lo resuelto por el Congreso
Internacional de París, los trabajadores argentinos celebraron un mitin en
Buenos Aires, el 1° de mayo de 1890. El acto, al cual concurrieron unos 3.000
obreros, se realizó en el Prado Español; los oradores se dirigieron al público
en castellano, italiano, inglés, alemán y francés. Ya entonces, los socialistas
criollos —en abierta oposición al espíritu de protesta de la jornada— habían
convocado a sus seguidores a concurrir, bajo el lema: “Día de Fiesta Obrera Universal”
Pero al año siguiente los
anarquistas locales cambiaron el rumbo, volviendo al espíritu original; y
convocaron a una huelga general para el 1° de mayo de 1891. Los socialistas decidieron
no unirse a la protesta, prefiriendo festejar “el día de la fiesta del trabajo en reuniones particulares”.
Desde entonces, y por cuarenta
años más, predominó la prédica anarquista. Basta con leer lo diarios de época,
en especial las ediciones del 2 de mayo de cada año, para comprobar la celebración
de huelgas generales de protesta, con su secuela de muertos, presos y heridos.
Fue particularmente célebre la represión a la huelga del 1° de Mayo de 1909,
ejecutada por el coronel Ramón L. Falcón, que costó la vida a ocho obreros;
pero que le produjo a él también la muerte, cuando el joven trabajador Simón
Radowitzky le arrojó una bomba al paso de su carruaje, en aplicación de la Ley
del Talión por los trabajadores asesinados.
Y así fueron pasando los años;
cada 1° de Mayo representaba un dolor de cabeza para las autoridades y los
empresarios, y una estadía en la cárcel para los trabajadores más testarudos.
Pero no faltaron estadistas que
entrevieran una hábil manera de conjurar el problema: para acabar con las
huelgas generales, era necesario retomar la idea de los socialistas, y decretar
al día como feriado nacional.
El primer presidente que aplicó este precepto fue
el Marcelo T. de Alvear, quien decretó que el 1° de mayo de 1925 sería “día de fiesta en toda la República”. Le
siguió en 1930 el presidente Hipólito Yrigoyen, quien también declaró a la
fecha como feriado festivo.
Pero en septiembre de ese mismo
año, sobrevino el primer golpe de Estado de la historia argentina. Pasados los
primeros años de terror —en esa época se inventó y puso en práctica el uso de
la picana eléctrica— el movimiento obrero comenzó a levantar nuevamente cabeza;
y nuevamente, se retomó la tradición de la huelga general cada 1° de Mayo.
La última de ellas en el país,
se celebró el 1° de mayo de 1943. Un mes después, se producía el golpe de
Estado que entronizó nuevamente a los militares en el poder; y entre los
cuales, descollaba el coronel Juan Domingo Perón, flamante secretario de
Trabajo y Previsión.
Desde la Secretaría, el joven
oficial inició una política de captación del movimiento obrero, que lo
convertiría en el presidente más popular que tuvo la Argentina en toda su
historia. Pero en su proyecto no cabían huelgas de ninguna clase; los
trabajadores debían subordinarse a su liderazgo paternalista, y olvidar para
siempre las “ideologías extranjerizantes” de confrontación con el capítal.
Para ello, el gobierno de facto
retomó en 1944 la vieja idea socialista, y la experiencia previa de los
gobiernos radicales, a través de un documento del Poder Ejecutivo, que rezaba:
“consagrado por
tradición universal el 1º de Mayo como día de descanso al trabajo, se declara a
esta fecha día de fiesta en toda la República”.
Esta falsificación del
significado de la histórica jornada, que echaba tierra sobre el legado de los Mártires de Chicago, fue refrendada por
el discurso que ofrecieron el coronel Perón y el general Edelmiro J. Farrel
aquel 1° de mayo de 1944, en el que se resaltaba el
“carácter argentino” del movimiento obrero, y el repudio por las “ideologías
extranjerizantes” que debían erradicarse definitivamente del país.
|
El peronismo transformó el significado del 1° de Mayo; pero la mayoría de los trabajadores no gozan, en la actualidad, de justas condiciones de trabajo. |
Como se sabe, los acontecimientos que llevaron a Perón a la
presidencia de la Nación dividieron la historia del país en un antes y después
de él.
En 1954, poco antes de su caída, el Vaticano apoyó a nivel mundial el
carácter festivo de la jornada, cuando el papa Pío XII declaró al 1º de Mayo
“Día de San José Obrero”.
Tras el derrocamiento de Perón, los golpistas de la “Revolución
Libertadora” consideraron oportuno mantener la fecha como feriado, y
refrendaron esa decisión en 1956 mediante el decreto-ley N° 2446.
De esa manera se mantuvo el feriado en la legislación argentina,
hasta que la dictadura militar de 1976 lo incluyó junto a otros días no
laborales, en el decreto-ley Nº 21.329, del 9 de junio del mismo año. Cabe
destacar que ese mismo decreto abolía, por omisión, el tradicional feriado de
los carnavales.
El 1° de Mayo hoy, en los albores del siglo XXI
|
Para la mayoría de los trabajadores ya no existe trabajo en blanco, vacaciones, aguinaldo, ni obra social . |
n los párrafos precedentes se ha reseñado el
origen de esta fecha histórica, y su posterior tergiversación. A lo largo de
más de un siglo, los trabajadores lucharon denodadamente cada 1° de Mayo, por
el reconocimiento de sus más elementales derechos; y muchos de ellos, perdieron
la vida o la libertad. Pero hoy, en 2015, ¿se han conseguido aquellos anhelos?
Basta una mirada de frente a la
realidad, para constatar que esto no es así. Sobre todo en San Rafael, ciudad
que pareciera ser la Meca de todo empresario o dueño de un comercio, carente de
responsabilidad social.
Las leyes laborales no se
respetan prácticamente en ningún gremio del Departamento. El trabajo en negro
es la práctica más habitual; el maltrato laboral, está a la orden del día. Las
ocho horas legales, apenas si son aplicadas en las dependencias del Estado. Y a
nadie se le ocurre la peregrina idea de reclamar lo que le corresponde por ley;
el pueblo está lleno de desempleados, que ocuparían su puesto en un abrir y
cerrar de ojos, y por un salario sensiblemente menor.
Vale decir, pues, que la lucha
de los Mártires de Chicago, a 128
años de su ejecución, no ha terminado todavía. Es de esperar que, algún
luminoso día, los trabajadores sanrafaelinos vuelvan a retomar las banderas
históricas del 1° de Mayo. No las del asado con partido de fútbol, sino las
verdaderas, las reales: las de la lucha contra lo que los anarquistas llamaban,
con justicia, “la ignominia de la explotación”. Porque el último acto de este
drama, aún no ha sido escrito.♦
Horacio Ricardo Silva, 30 de abril de 2015.