Este cuento, que en honor a la verdad no es tal, refleja cómo fue vivido el asesinato de Ernesto "Che" Guevara en octubre de 1967 por un niño cordobés y su pequeña hermanita, la hoy periodista Silvia Sassola, quien desde su programa mendocino "La Posta" sigue demostrando cómo aún se puede ejercer con absoluta dignidad, lo que Rodolfo J. Walsh llamó "el violento oficio de escribir".
El programa puede sintonizarse de lunes a viernes de 16 a 19 hs. , por FM 96.5 Radio Universidad de Cuyo (Mendoza), o en internet a través del siguiente link:
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En memoria de Ernesto "Che" Guevara.
— ¡¡¡ Dale,
andá y pedile a la mamá una vela!!!
— Mamá, dice
Juanchi que me des una vela!!!
— ¿Otra vez?,
decile a tu hermano que basta de jugar con las velas y de paso que tire ese
dibujo que hizo a la basura.
Juan Carlos
dibujaba de forma extraordinaria, son esos dones innatos que no había estudiado, tenía casi doce años
y yo tan sólo cinco, pero cuando nos sentábamos a la mesa para hacer los
deberes del cole, él sólo quería dibujar y siempre la misma figura, algo así
como un rostro en sombras que luego prolijamente recortaba, y era la figura que
ponía delante de la vela, para hacerla crecer a su luz.
Así se
agrandaba o achicaba, según la vela estuviera más cerca o más lejos del recorte;
y el lugar ideal para hacer esto era una pared grande de casa, donde mamá
colgaba los retratos de los abuelos y familiares.
— ¡¡¡ Mirá,
Pinina (así me llamaba mi hermano para enojarme) esa cara!!! ¿Sabés de quién
es? adiviná... ¿lo conocés? ¿te da miedo?
— No, no sé
quién es, pero no tengo miedo porque vos estás conmigo y porque es una sombra
que hacés vos.
— Vio doña
María, los chicos juegan con esa imagen; sería mejor que les dijéramos que no
lo hicieran, con cualquier excusa. Quíteles la cartulina y después la rompe y
la tira, o mejor la quema, sí? ...No sea que nos pase algo si hay algún
problema con el gobierno, y cómo explicamos que es sólo un juego de chicos que
no saben quién es ese hombre.
— ¿Sabe qué
pasa, Nelly? ...si los bambinos me preguntan, ¿qué les digo?
— Doña María,
dígales que con eso no se juega, que es la sombra de la cara del cuco, o mejor
del viejo de la bolsa; pero por favor, mientras hago la comida, usted que es la
nona, quíteselas y tírela.
Por esos días,
Córdoba pasaba tiempos difíciles; mi familia prácticamente sobrevivía y casi el
único divertimento que teníamos con mi hermano era esperar la tardecita para ir
con la famosa vela a reflejar la imagen, pero claro: encontrar una vela era
toda una ingeniería que empezaba en la misión imposible de entrar a la
habitación de la nona María, esa gringa gigante que nos amaba y consentía en
todo momento y lugar.
— Y, Pinina:
¿cuándo vas a aprender el nombre del comandante?
— ¿Cómo
cuándo, si yo ya sé que se llama...ehhhh....ah me acordé, se llama: Ernesto.
— Sí se llama
Ernesto, pero ¿sabes cómo le dicen?
— No.
— Le dicen
Che. A Ernesto todos le dicen Che.
Ese es el primer recuerdo que mi memoria encuentra como
unidad entre el rostro y el nombre del tal Che, que para mi hermano era un
verdadero símbolo de la rebeldía, aunque tan sólo tuviera él sus ilustrados doce
años.
La radio
contaba las peripecias que vivían un grupo de guerrilleros en Bolivia,
comandados por Ernesto Che Guevara; y para Juan Carlos, era como oír las
aventuras de Tarzán en la selva. La radio hablaba del monte, de lugares de
difícil llegada, y en su imaginación Bolivia era como esas imágenes de la serie
de la tele en África.
Yo creo que me
contagié en la imaginación o no sé cómo explicar la llegada de ese Che a mi
primer recuerdo de infancia.
Con el tiempo
esas imágenes y las ideas infantiles maduraron hasta convertirse en esto que
hoy siento y pienso del Che.
La famosa
cartulina fue quemada, y todos los dibujos que teníamos de él, tirados. Ya se
hablaba de que había muerto el Che, que eran pocos contra muchos, que estaba
casi solo en la selva sin comida ni agua, que no tenías armas y que el ejército
de ese país los tenía cercados; que todo había terminado porque el cabecilla,
el líder de esa gente (que nosotros dos, mi hermano y yo, no sabíamos bien
entonces que hacía), estaba bien muerto.
— Nunca vamos
a contarle a nadie nuestro secreto, Pinina, ¿sabés?
— Bueno.
— Mirá, me
guardé esta hoja de calcar y tengo tijeras y papel para hacer una nueva.
— Pero
Juanchi... ahora sí me da miedo; si está muerto, vos lo traés con la sombra? Yo
le escuché decir a la mamá que ya está con Diosito.
— No sé dónde
está, pero no te tiene que dar miedo; él era el bueno, y malos los que lo
mataron.
Esas palabras
de mi hermano aún hoy vienen a mi mente. El no era malo...entonces ¿por qué lo
mataron?
Así la pregunta
rondaría mi cabeza en mi adolescencia, cuando no teníamos dónde buscar para
saber, y menos preguntar a los adultos, ni mencionar el nombre o el apodo, ni
decir: "sabemos que en Bolivia asesinaron a un argentino que dicen era
guerrillero, uno de los que empezó una gran revolución en Cuba, y que quiso
traerla acá".
Aquella sombra
es el primer recuerdo que tengo del Che. Se veía tan hermoso... ese rostro era
casi perfecto, daba la impresión de que su mirada te seguía según para donde te
movieras, mientras no bajaras la vista. En realidad eso era lo que nos parecía
a nosotros.
Durante varios
años no volví a remover recuerdos del Che. Yo vivía en Córdoba, cerca de donde
él se había criado, pasé tantas veces por la puerta del colegio secundario al
que fue y siempre me decía a mí misma: algún día conoceré muy, pero muy bien a
ese hombre que hablaba de un mundo mejor, de justicia, de sentimientos, de
revolución.
¿Será posible
que aún sabiendo que estaba muerto, sintiera en mi corazón que algún día lo
podría ver?
¿Cómo explicar
que la muerte no me podía separar de él?
Cierto día,
leyendo un libro de amores juveniles, encontré una frase que me llenó de
alegría y esperanza: "No te dejes abatir por las despedidas. Son
indispensables como preparación para el reencuentro. Y es seguro que los amigos
se reencontrarán, después de algunos momentos o de todo un ciclo vital".
¿Me
explico?... todo un ciclo vital... mi vida... la de tantos... en tantos otros
espacios del mundo... las vidas de muchos otros... y más, cada vez más.
Cierta vez oí
decir a una de sus hijas, Aleida Guevara, que si ella hubiera estado junto al
Che aquel fatídico día de su feroz asesinato, habría puesto su propio cuerpo
delante de las balas. El Che no era, es
una bandera para la dignidad, para la fuerza del mundo, para la valentía. Murió
joven, a los 39 años, y seguirá siendo joven eternamente.
Si realmente
lo podemos conocer más y llevarlo un poco dentro, entonces ese joven que nos
entregó un ejemplo tan completo del hombre del siglo XX, cumplió su objetivo
fundamental en la vida. Porque seríamos capaces de ser mejores hombres y
mujeres, los que él quería para el mañana, por tanto seríamos una mejor
comunidad, sociedad y humanidad donde viviríamos mejor todos.
Al igual que
esa hija, hoy ya convertida en una mujer doctorada en medicina como su padre,
siempre lamenté no haber sido contemporánea del Che. Yo era una niña cuando lo
asesinaron, igual que su hija. Lamenté siempre no haber conocido su pensamiento
antes, no haber podido ayudar antes a difundir sus ideas de ese hombre nuevo,
revolucionario, al que le latía y le dolía en su propia carne el dolor de
cualquiera, en cualquier lugar del mundo, ése que buscaba al hombre libre y
latinoamericano.
Porque él era
ciudadano latinoamericano, así lo sentía, estuvo siempre dispuesto a dar la
vida por ese pensamiento, y de hecho lo hizo. Nunca pidió nada, no exigió nada,
no explotó a nadie, ni oprimió al débil.
Allá por 1964
dijo el Che ante la Asamblea general de las Naciones Unidas en Nueva York: "El
revolucionario verdadero, está guiado por grandes sentimientos de amor, es
imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad". Allí
mismo reafirmó que "todos los días
hay que luchar por una humanidad viviente, y que esa lucha se transforme en
hechos concretos que sirvan de ejemplo de movilización".
Conocer,
saber, entender... todo eso quería yo. Los libros de historia y las grandes e
importantes enciclopedias de mi tiempo, solo decían cuando nació, cuando y cómo
murió, y sus aventuras de joven cuando era médico. La bibliografía más
importante que pude encontrar después de trajinar por varios años, fue la
historia de su vida relatada con documentos y fotos por su propio padre, don
Ernesto Guevara Lynch.
Mi hijo, el Che fue el libro que marcó y
selló mi sentimiento visceral de respeto, junto al ahora verdadero conocimiento
de los hechos reales. Ese libro relata la historia de un hombre de carne y
hueso, al que yo buscaba conocer en su totalidad.
La historia de
ese hijo, que sólo un padre puede saber contar, no sólo cómo era de niño,
adolescente o joven, sino de aquella persona en la que se fue transformando,
hasta llegar a ser el Che.
Todas las
personas traemos una historia que, sin lugar a dudas, marca nuestras
convicciones, nuestras acciones y el desarrollo de nuestras vidas. Pero en los
años de vida que tenía cuando me impresioné por Ernesto Guevara, debo confesar
que algo sentí que nunca más se fue, y que creció de tal modo, que me hizo
persona, y revolucionaria.
Grandes historiadores
lo han definido como un gran mito, no sólo en Argentina sino también el
Latinoamérica; pero mi mejor homenaje al Che es recordarle a todas esas
personas que saben, y las que no saben de él, que su idea nunca fue la de ser
un mito, menos aún queda pegado en una remera o en un poster; su idea y
sentimiento, fue llegar a todos con el espíritu del hombre nuevo.
El hombre
nuevo, ese hombre que enfrentará la vida con la verdad, honestidad, sinceridad
y orgullo de ser latinoamericano, sin venderse ni traicionar los pensamientos y
menos aún las acciones, por las libertades y derechos de los oprimidos.
Ese hombre
nuevo que en su lucha contra el imperialismo dejara como mayor mensaje que los
pueblos tienen derecho a la autodeterminación de sus gobiernos, porque siempre
que la moral esté a salvo, la revolución también lo estará.
Ese hombre
nuevo que fuera sensible para con cualquier pueblo que sufriera persecución y
opresión, que sintiera como propia la lucha de personas que ni siquiera eran
compatriotas, eso pasaba porque en su ideal uno solo no vale nada. Hay que
unirse.
Ese hombre
nuevo que supiera que la humanidad solo seguirá adelante siempre y cuando se
mantenga la dignidad de las personas. Esa misma dignidad rebelde que sale del
corazón oprimido de las patrias.
Ernesto Che
Guevara sigue siendo en el corazón de sus seguidores esa persona que nos
enseñó, que nos dio las armas de la palabra, del pensamiento crítico —aunque
muchos lo encasillen en el romanticismo— de las ideas, de las conclusiones.
“Muchos me
considerarán un aventurero, y lo soy, sólo que de una clase diferente: de los
que arriesgan su pellejo para demostrar sus verdades".
Esa persona
que como médico trabajó en un leprosario de Brasil, y que como guerrillero
ofrendó su vida por un pueblo que lo hizo su hijo por nacimiento, fue el Che.
Cuba hoy y desde hace años tan sufrida, tan golpeada y vapuleada por el gran
país del norte, tiene hoy en enorme orgullo de contar con sus restos mortales
en un mausoleo.
Sus restos
descansan allí, en Cuba y nosotros no supimos como pueblo honrar su hombre
nuevo hasta que se lo llevaron con todo derecho, para sus hijos y hermanos
cubanos.
A veces no sólo
tenemos mala memoria; sino que estamos sumidos en unas tinieblas de oscuras
figuras y personajes siniestros que jamás —jamás— serán modelo de nada, ni
parámetro de ningún pueblo.
La búsqueda de
imágenes que nos permitan encarrilar los deseos de tantas personas hacia un
mundo mejor y un hombre nuevo, deberían orientarse
hacia ese rostro que tantas bocas vacías llena, hacia esa persona que para una
gran parte de una generación de esta humanidad, fue ejemplo de orgullo, valor,
coraje; pero por sobre todo eso, ejemplo de amor y entrega.
Desde que era
niña, deseaba escribir mi pensamiento y sentimiento sobre el Che. Hoy, con los
años, cuando lo creo más vivo que nunca, con sus ojos nunca cerrados, tengo la gran alegría de hacer realidad la
frase de mi libro de romance juvenil: "sin que todavía haya pasado todo un
ciclo vital... "
Hoy puedo
decir Hasta Siempre. Estoy segura del reencuentro con quien es para mí, hoy, la
realidad misma.
Silvia Sassola, Mendoza, julio de 1997.
Querida SILVIA leerte es como escucharte, ya que Tu Voz es Palabra y Tu palabra Sustenta como El CHE, que nos acercás desde tu niñez y a partir de ella de toda tu vida.
ResponderEliminarMuchas Gracias por la hondura expresada sobre este Hombre Nuevo, que sí será siempre joven, porque se trepa a la vida una y otra vez, en cada uno de los que luchamos en contra de la opresión y en pos de la Justicia.
Nora Bruccoleri