Nora
Bruccoleri es, ante todo, un ser humano como pocos. Revolucionaria mujer,
esposa y madre; maestra dedicada a sus alumnos; gremialista intransigente ante
el Poder; y, como si esto fuera poco, delicada poeta social.
Bruccoleri se hizo carne de las palabras del poeta
francés Antonin Artaud, quien en su
“Carta a los poderes”, exigió:
del escritor y del poeta no es ir a encerrarse
cobardemente en un texto, sino al contrario. Salir afuera. Para sacudir, para
atacar al espíritu público. Si no, ¿para qué sirve? ¿y para qué nació?
Artaud,
merced a su intransigencia ante la injusticia, terminó sus días en un
manicomio; pero antes y después de él, también fueron silenciados otros grandes
poetas sociales de la historia.
Federico
García Lorca, fusilado en el barranco de Víznar, el 18 de agosto de 1936;
Miguel
Hernández Gilabert, encarcelado hasta morir en el presidio de Alicante, el 28
de marzo de 1942;
Antonio
Machado, muerto de tristeza en el destierro de Collioure, el 22 de febrero de
1939;
Antoine
de Saint-Exupéry, derribado por un caza alemán frente a la costa de Marsella,
el 31 de julio de 1944;
Benjamín
Moloise, ejecutado en la horca en la cárcel de Pretoria, el 18 de octubre de
1985;
Y
nuestro Francisco “Paco” Urondo, muerto en un operativo militar en la sufrida
tierra mendocina, el 17 de junio de 1976.
Hoy,
en los albores del 24 de marzo de 2012, Día de la Memoria, 36º aniversario de
la más sangrienta dictadura militar que asoló nuestra tierra y destruyó a los
mejores exponentes de su generación; la poeta, docente y gremialista Bruccoleri
es, nuevamente, el blanco de la intolerancia y la represión.
Es
claro; en pleno siglo XXI, está mal visto acallar a un poeta mediante las balas
o la horca. Pero como algo hay que hacer para silenciar su voz, se apela a la
intimidación judicial.
El
brazo ejecutor del verdugo, en esta oportunidad, se encarna en el señor Javier
Guevara, secretario del gremio docente SUTER.
Fue
tradición, en los inicios del movimiento obrero argentino, resolver las
diferencias entre compañeros, apelando a las asambleas masivas de trabajadores;
pero Guevara, haciendo caso omiso de aquella noble regla ética, prefirió apelar
al Poder Judicial, para silenciar a Nora Bruccoleri; y con ella, amedrentar a
todo aquel que se atreviera a expresar libremente sus opiniones.
Guevara
reproduce el comportamiento clásico de todo aquel personaje que retiene una
cuota de poder, y que apela a los más innobles recursos para conservarlo; así
como el célebre tribuno romano Lucius Sergius Catilina, cuyas maquinaciones
fueron puestas al descubierto por Marco Tulio Cicerón en el año 64 a.c., y
denunciadas ante el Senado, con las siguientes palabras de sus célebres Catilinarias:
Quo usque tandem abutere,
Catilina, patientia nostra?
Y
que hoy, ante el caso Bruccoleri, ameritan ser parafraseadas de la siguiente
manera:
¿Hasta
cuándo seguirás abusando, Guevara, de la paciencia nuestra?
Horacio Ricardo Silva
Escritor – historiador
DNI 13.531.741
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