Como en el famoso cuento de Edgar Allan Poe, “El gato
negro”, Anfi —cuyo pelaje es, precisamente, color negro— fue enterrado vivo por
las máquinas de la Municipalidad de Neuquén. A continuación, el relato de su
increíble odisea.
Dedicado a lakarmen, entrañable compañera y amiga;
al colectivo feminista-libertario kasandrxs; a mi amiga Amparo Ballester;
y a Soniamor.
y a Soniamor.
Anfi en brazos de Pablo, al momento del rescate. |
Esto ocurrió hace poco en Neuquén, la tierra mágica
de las machis ancestrales, donde aún
pueden beberse las aguas del río Limay haciendo cuenco con las manos; y donde
la riqueza cultural de la urbe, se encuentra a unos pocos pasos de parajes
naturales tan bellos y solitarios, como el llamado Isla Verde.
En Neuquén florecen historias de luchas sociales
que no se ven en otras partes; en los oscuros años noventa, se dio un caso
único en el mundo, cuando unos albañiles trotskystas ganaron la conducción
provincial de la U.O.C.R.A., el poderoso gremio de la construcción.
Fue allí también que, tras la debacle del año
2001, se hizo fuerte la experiencia de autogestión obrera de Cerámicos Zanón ,
hoy FASINPAT. Y fue en Neuquén que nacieron y murieron Teresa Rodríguez y Carlos Fuentealba, dos casos testigo de la
brutalidad desplegada por las autoridades ante la protesta social.
Esta misma brutalidad, esta vez por omisión, se
cebó en el cuerpo de un simple gato callejero, de negro pelaje, que se hizo
famoso en toda la ciudad bajo el nombre de Anfi:
ésta es su conmovedora y risueña historia, una historia de vida y de amor por
la libertad, protagonizada también por un ciento de jóvenes neuquinos.
Todo comenzó una mañana de fines de abril, cuando
el intendente Horacio “Pechi” Quiroga —una suerte de Mauricio Macri patagónico—
ordenó, de buenas a primeras, rellenar con tierra el anfiteatro existente en el
Parque Central de la ciudad, antigua playa de maniobras del Ferrocarril del Sud,
y que era utilizado por artistas populares para ofrecer espectáculos gratuitos.
El motivo declarado fue la realización de un
mejoramiento del espacio verde; no obstante, por razones fáciles de comprender,
nadie le creyó; para los neuquinos, el verdadero móvil del intendente era la
construcción de una playa de estacionamiento.
Rápidamente corrió la voz; las cuadrillas
municipales no habían terminado aún de descargar la última camionada de tierra,
cuando aparecieron en el parque los primeros vecinos y artistas, que no cabían
en sí del asombro y la indignación.
Alguien abrió entonces una cuenta en Facebook
llamada “Destapemos el anfiteatro del Parque Central”, que sirvió como canal de
expresión y organización para intercambiar opiniones y autoconvocarse en el
lugar; y en las improvisadas asambleas realizadas al pie de aquel “entierro
prematuro”, surgió la idea de actuar de manera positiva. Esto es, de que cada
uno trajera de su casa una pala, un pico, una barreta o una carretilla, para revertir
con trabajo físico el desaguisado municipal.
Una auténtica quijotada, como la descripta por Cervantes en su
inmortal obra: “según eran los agravios
que pensaba desfacer, entuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y
abusos que mejorar, y deudas que satisfacer”.[1]
Imbuidos de ese espíritu positivo y justiciero, un centenar de jóvenes
mujeres y hombres neuquinos se instalaron en el lugar, hicieron colectas y
contrataron volquetes para evacuar la tierra, armaron carpas para pernoctar y
descansar de la ardua labor encarada, y pusieron manos a la obra.
Debido acaso a la masividad de la convocatoria las autoridades
municipales dejaron hacer, limitándose a cortar la iluminación nocturna del
parque, dando al lugar un aire espectral que no melló el entusiasmo de las
improvisadas obreras y obreros.
Luego de varias jornadas de dura labor, se había desenterrado ya casi
la mitad del anfiteatro; y en el séptimo día, ocurrió la anécdota que da origen
a esta historia, según el relato de Pablo, uno de los jóvenes autoconvocados:
“...ya habíamos avanzado poco más
de un metro; y cada tanto, se escuchaba algo así como un maullido, que salía
como de debajo de la tierra. Pensamos que era uno de los animales que andaban
dando vueltas por acá en el parque; pero uno de los chicos, Manuel Diez, dijo: —Che, ¡acá adentro hay un gato...! Nuestra
primera reacción fue reírnos de él: —Sí, claro...
¡son las ganas que tenés vos, de ver a un «gato...!» ¡jua, jua!, nos reímos
todos...”[2]
La alusión al mote popular con que se designa a
las prostitutas de alta categoría, provocó una carcajada general en los
presentes; y al extinguirse sus ecos, fue cuando todos escucharon claramente un
gemido ancestral, un desgarrador maullido nacido desde las entrañas de la
tierra, similar acaso al imaginado por Edgar Allan Poe en su recordado cuento El gato negro:
“Era primero una queja, velada y
entrecortada como el sollozo de un niño. Después, en seguida, se convirtió en
un grito prolongado, sonoro y continuo, infrahumano. Un alarido, un aullido
mitad horror, mitad triunfo, como solamente puede brotar del infierno. Fue una
horrible armonía que surgiera al unísono de las gargantas de los condenados en
sus torturas, y de los demonios que gozaban en la condenación”.[3]
Una vez repuestos de la sorpresa inicial, los
jóvenes comenzaron a remover cuidadosamente la tierra; hasta que por el hueco
abierto con sus manos asomó tímidamente la cabeza del infortunado animal,
hambriento, deshidratado y deslumbrado por la luz del día, tras siete días de
encierro en la más absoluta obscuridad, la tiniebla lóbrega de la que habría
sido su tumba, de no mediar la acción vindicadora del pueblo de Neuquén. ¡Las
máquinas de la municipalidad lo habían enterrado vivo!
Alguien filmó y subió al portal You Tube aquel
conmovedor momento.[4] En medio
de la algarabía general, entre aplausos y gritos de aliento, el joven Pablo —protagonista
casual de esta historia— lo tomó en sus brazos y le palpó el cuerpo,
comprobando que su estado general era satisfactorio.
No obstante, las desventuras del pobre felino no
habían aún terminado, según continúa el risueño relato:
“...yo lo tenía agarrado,
tocándole las costillas para ver si tenía algo; y cuando se pone como loco, lo
suelto y se escapa... ¡y justo le salen unos perros a ladrar, y a perseguirlo...!”
El aterrorizado animal apenas atinó a correr como
alma que lleva al diablo, y a treparse en lo alto de un árbol, para refugiarse
de sus enardecidos perseguidores. “Fue
como salir de Guatemala a Guatepeor” relata, entre risas, Pablo.
Finalmente, una vecina piadosa —mujer anónima del
pueblo— alejó a los perros, pidió ayuda y rescató al atribulado felino de su
refugio arbóreo, lo adoptó, y le llevó a vivir a su casa.
Como resultado de esta aventura, el famoso gato
negro de Neuquén recibió el nombre de “Anfi”; y, en trueque de bautismo, el
Anfiteatro del Parque Central —que no tenía hasta entonces denominación alguna—fue
agraciado por el imaginario popular, con el nombre de “El Gato Negro”.
Una historia de vida, de lucha y de amor, como
acaso no pueda ocurrir en otra parte que no sea el Neuquén, la tierra mágica de
las machis ancestrales, la del río de
aguas aún puras, donde se conserva aún la pasión por la Libertad, ese antiguo anhelo
inherente a la naturaleza de los seres vivos.
Horacio
Ricardo Silva, Neuquén-Buenos Aires, mayo/junio de 2012.
[1] CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de: “El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, Capítulo II, pág. 52.
[2] El audio completo, y otros testimonios más, pueden escucharse desde
la página web de la agrupación neuquina kasandrxs
– feministas libertarias: http://kasandrxs.radioteca.net/leer.php/2704630
[3] Esta alucinante narración
de Poe relata la historia de un hombre envilecido por el alcohol que, tras
asesinar a su esposa, la empareda en el sótano de su casa; quedando encerrado
también tras los muros, pero con vida, su gato negro.
[4] La filmación casera puede
verse on line en este link: http://www.youtube.com/watch?v=6eIxApSnbC0
Ay Estimado Horacio, qué historia... un "simple" relato siempre puede ser complejo e informar sobre tantas cosas... un gato, un pueblo que reacciona, la política sobre el espacio público, gobiernos separados de su base, ¡Gracias por la existencia del relator! Claudia Giorgi
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Claudia! también creo que la historia grande se construye sobre pequeñas gestas como la de los jóvenes neuquinos; y cuando éstas se multiplican en un mismo tiempo y lugar, suceden los cambios sociales. Un abrazo, y nuevamente gracias por tu afectuoso comentario.
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