Hay un momento en la vida de un hombre, en que
debe elegir un nuevo camino, y no limitarse a optar entre los ya transitados.
Pero el momento de la decisión, necesariamente ha
ido madurando desde mucho tiempo atrás, como dijera alguna vez Enrique Santos
Discépolo:
“Siempre hay un «antes»... Un «antes» que
justifica todo lo que puede venir después. Somos jóvenes antes de ser viejos,
para justificar el reuma. Nos enamoramos antes de casarnos, cuando lo lógico
sería que nos enamorásemos después... Hay, entre el antes y el después, una
relación de fuego y ceniza, de tajo y sangre, de grito y llanto. No se conciben
separados”.
El “antes” de la decisión, empezó hace medio
siglo, en un departamento de Belgrano, en la calle Nahuel Huapí al 2300. Se prolongó
durante décadas en el tiempo, en distintos cubículos de concreto y cemento, en
la estresante ciudad de Buenos Aires. Nunca un prado verde, nunca una flor
silvestre, si se exceptúan las escapadas anuales en época de vacaciones, único
momento del año en que el amo deja retozar al esclavo, al menos por unos días.
Pero hubo una oportunidad en que al amo ya no le
interesó mantener a su esclavo moderno. Corría el año 1997, y sin el menor
asomo de piedad, mandó despachar aquel telegrama, que traía escrito en signos
de sangre la condena fulminante, la ejecución sumaria, el despido arbitrario e
inapelable.
Tuvieron que pasar nueve años más entre la
desolación, la locura y el daño psíquico que conllevan el desempleo, hasta
tener el primer asomo de vida, encarnado en la idea de salir del Infierno
Porteño para hacer una experiencia piloto: vivir en una zona semirural, no
lejos de la gran ciudad, pero tampoco demasiado cerca; en un rancho de madera y
chapas, rodeado de un hermoso terreno arbolado, comiendo los frutos de la
propia huerta.
El ensayo fue exitoso: se podía vivir en un
ambiente algo más puro, pero con ciertas incomodidades, inherentes a la vida
semirural. Pero esto no era suficiente. El conurbano bonaerense no deja de ser
el área perimetral de la ciudad; y si
bien el stress es menor, también deja su secuela de cumbia distorsionada a todo
volumen, gritos de madres que insultan a sus hijos, o alguna eventual batalla
entre bandas de jóvenes sin rumbo, que no conocen otro lenguaje que el de la
violencia.
El proceso de maduración seguía su curso: había
llegado la hora de pegar el Gran Salto, partir hacia el verdadero campo. En el
mapa quedó marcada la provincia de Misiones, el pueblo de San Ignacio, donde
Horacio Quiroga había escrito lo mejor de su arte literario.
Pero fue entonces, en el año 2012, el Año del
Dragón, que una gira para promover el lanzamiento de un libro, habría de
cambiarlo todo. Ocurrió en el sur mendocino, en la ignota localidad campesina de
Salto de las Rosas —hermoso nombre para dar aquel “Gran Salto”—, distante unos
veinte kilómetros de San Rafael.
Allí, entre largas y profundas charlas con la
familia Balzano, con atardeceres de mate y bombilla, de cara al Cerro Nevado, hizo
su aparición una de las almas más bellas, que hombre alguno haya podido
encontrar jamás. Una mujer que soñaba con volar, que amaba al Principito de
Saint Exupéry, que podía plasmar la belleza de su alma a través del arte
plástico, y que era capaz de conmoverse con una nota musical.
En otras palabras, una mujer que emanaba alegría
de vivir; y por la cual uno se daba cuenta que, de ser necesario, valía la pena
morir.
Venus y Afrodita, Meztli y Xōchiquetzalli, abrían paso al amor, a
través de los ojos de esa mujer única en el mundo, mezcla de sangre mora e
italiana, de sugestivo nombre con musicales reminiscencias eslavas; un nombre
que se pronuncia despacito, como paladeándolo, y que invita a jugar con él: Sonia,
SoniAmor, SoniaCielo, SoniaSueño: SoniaAlas de Libertad.
Fue entonces cuando llegó el momento de tomar una
decisión, sobre algo que no estaba previsto. Se trataba de volver a sumergirse
en el universo discepoliano, en los insondables abismos del tango “Uno”, para
indagar su propio sino... porque, en efecto, uno se había arrastrado entre
espinas, por amor, sufriendo y dejando jirones de alma, por un camino
ensangrentado. Uno había entregado el corazón, y lo creía perdido para siempre.
¿Sería ya muy tarde para que una mujer como Sonia Balzano, salvara esa
esperanza con su amor?
Uno podía elegir replegarse y llorar, “como aquel
que sufre en vida / la tortura de llorar / su propia muerte”; pero también
podía tener el coraje de amar, y de abrazarse a esa ilusión, por siempre y para
siempre.
Y al llegar el momento supremo de la decisión, toda
duda desapareció. La magia está allí, en las blancas cumbres nevadas de la
Cordillera, y en los brazos amantes de una mujer única en el mundo.
El sábado 22 de diciembre de 2012, al final del
año del Dragón, me reuniré con mi destino. Desde entonces, mi vida estará ligada
a esa mujer de ensueño, con nombre de suave dulzor: SoniaFlor, SoniAzul,
SoniAmor.
Hermosa la descripción de tan hermoso sentimiento. Cada día más orgullosa de vos! Te quiero mucho y les deseo felicidad eterna, a vos y a Sonia.
ResponderEliminarGracias Chiquita! Muchos besos!
EliminarGrande esa jugada de animarse al amor compañero!!! solo los "antes" intensos le dan paso a la mirada que descubre los "después".
ResponderEliminarSalud y mucho amor para ambos!!!
lakarmen
querida cumpita, aprecio muchísimo tus bellas palabras para con nosotros... desde este sábado estaré más cerca tuyo, y me dan ganas de hacernos una escapada con Sonia; un lindo y cariñosos abrazo!
Eliminar¡Buena decisión! Mis mejores deseos de Paz y Felicidad!!!
ResponderEliminarGracias Carlos! Un fuerte abrazo.
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