María Jesús Rivero / María de los Ángeles (Marita) Verón |
Azota el alma la
sonrisa de María Jesús Rivero. Se la ve feliz en aquella fotografía, capturada durante
un paseo; parecida a la fotografía de cualquier otra mujer, tomada para
eternizar un momento de felicidad; acaso, si se quiere, a la de una de sus
víctimas, María de los Ángeles, nuestra Marita Verón.
Ni un asomo de
remordimiento, ni un rictus de piedad desfiguran la belleza de esa sonrisa. Ella,
empresaria exitosa, ex dueña de una remisería, extitular de una asociación
patronal de remiseros, exvicepresidenta del aguerrido club de fútbol San
Martín de Tucumán, no repara en conceptos morales tales como “cuestión de
género”, “esclavitud”, o “prostitución forzada”.
Los negocios
bien entendidos, los verdaderos negocios, los que realmente dan amplia
rentabilidad y generan poder (y con éste, el miedo de los débiles y el respeto
de los fuertes), no se pueden separar de la delincuencia. Ya el inmortal Honoré
de Balzac lo había escrito: “Detrás de
cada gran fortuna hay un crimen”; y a esta afirmación, la certifican en
Argentina varios hechos de público conocimiento.
Por ejemplo, que
cada 2 de septiembre se celebre el Día de la Industria, en homenaje a un
contrabando a gran escala de plata del Potosí, oculta entre tejidos y sacos de
harina, perpetrado en 1587 por el obispo de Tucumán, Fray Francisco de Vitoria.
O acaso, más
aquí en el tiempo, durante los feroces días de plomo de la última dictadura
militar, la existencia de un centro clandestino de detención dentro de la
propia planta de la empresa Ford en la localidad de Pacheco, provincia de
Buenos Aires; o la probada colaboración entre la oficina de personal de la
multinacional Mercedes Benz, en el secuestro y desaparición de los delegados
obreros de esa firma.
“Detrás de cada gran fortuna hay un crimen”.
Y los criminales sonríen, porque nada hay más alegre y feliz para un empresario
que los negocios prosperen, y con ellos, el disfrute del poder y sus beneficios
materiales.
Que el goce de
esa fortuna proviniera del sometimiento y la esclavitud de otras mujeres como
ella, nada significa. Que el negocio sea a todas luces ilegal, ninguna
importancia tiene. La sonrisa de María Jesús Rivero echa por tierra la idea
generalizada de que el maltrato hacia la mujer proviene exclusivamente del
hombre, en tanto género, exclusivamente.
Porque de los
trece imputados por la causa de Marita Verón, siete fueron hombres, y seis
fueron mujeres. Que todos hayan sido liberados por un tribunal compuesto de
tres hombres, que honran al infame Poder Judicial deshonrando a la Justicia, es
mera casualidad. El afán de lucro a través de la violencia no es patrimonio
exclusivo de los varones. Allá, en las tierras de Albión, lo certifica una dama
británica de amargo recuerdo para los mineros ingleses y para el pueblo
argentino: Margaret Thatcher, la dama de hierro, la mujer “con manos de pistola
y sexo de gillette”.
Las imágenes de
Marita Verón, sonriente, bella, feliz, conmueven el alma. No se sabe dónde
está, y ni siquiera si aún continúa con vida. Y sus secuestradores y secuestradoras,
a pesar de los abrumadores testimonios en su contra, fueron liberados ayer por
un fallo judicial, que llena de oprobio y vergüenza a todo ser humano que
conserve un mínimo de sensibilidad.
María Jesús
Rivero, mujer joven y atractiva, empresaria exitosa, se ha liberado de culpa y
cargo merced al respeto de los poderosos. Un respeto ganado con la fuerza del
dinero. Dinero obtenido en lóbregos burdeles de campaña, amasado en las
sudorosas sábanas de las obligadas pupilas, jóvenes arrancadas de sus familias,
forzadas a entregarse a la repugnante lascivia de todos aquellos infelices que,
en su desesperación por cumplir con un detestable mandato cultural, las
alquilan por hora a miserables traficantes de carne humana.
Azota el alma la
sonrisa de María Jesús Rivero. Ella podrá hacer nuevos paseos, y tomar nuevas
fotografías. Pero la sonrisa de Marita Verón —y con ella, la de tantas otras
mujeres— habrá sido borrada para siempre de sus rostros, en holocausto de un
negocio que dibuja sonrisas, en el rostro de hombres y mujeres sin alma.
Horacio Ricardo Silva, XII-XII-012.
Emotivo, como siempre! Es un placer leerte, Horacio!
ResponderEliminarGracias Chiquita! en la semana te mensajeo, a ver cuándo nos encontramos y llevarte los libros. Besos!
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