(Versión completa de la nota publicada en Todo es Historia Nº 488, edición de marzo de 2008, y del cuadernillo Nº 3 [Colección Escrituras Tangenciales] editado por La Hidra de Mil Cabezas, Mendoza, República Argentina).
UNA HISTORIA
INSOLITA DE LA URBE PORTEÑA: EL FUSILAMIENTO DE UN ELEFANTE EN PLENO ZOOLOGICO
DE BUENOS AIRES
El oficial al mando ordenó “Fuego”; y un pelotón de
Guardias de Seguridad de la Policía de la Capital, ejecutó la orden sin
pestañear. Durante sesenta minutos, las carabinas Máuser se cebaron sobre el
cuerpo del reo: el elefante Dalia, condenado a la pena capital por el director del Zoológico, Adolfo María
“Dago” Holmberg, en castigo a su desesperado intento de fuga hacia la libertad.
Dalia en el Zoológico, llevando a pasear chicos en su lomo, conducido por su cuidador (Revista Mundo Argentino, 30-9-1942). |
E
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sta increíble historia “de
amor, de locura y de muerte”, que parece extraída de un cuento de Horacio
Quiroga o de una novela de Rudyard Kipling, comenzó en la frondosa jungla del
sur de la India hacia 1883, cuando nació el pequeño Dalia.
Elefante
macho —a despecho de su nombre— , Dalia fue educado por su madre hasta los 18
años de edad, cuando debió desprenderse de su tutela para seguir a la manada.
Debido a su notable inteligencia aprendió allí los elementos básicos de
subsistencia, tales como la precaución de probar frutos indigestos o cómo
conseguir un refugio nocturno.
Dedicaba 20 horas por día a
procurarse su alimento, consistente en 50 kilogramos diarios de hierbas, ramas,
arbustos, brotes, hojas y frutos; y cuando sentía ganas de correr, los
habitantes de la selva se hacían a un lado para ver pasar a la gigantesca mole
de cinco toneladas de peso y tres metros de altura, haciendo retemblar la
tierra bajo sus patas a la fantástica velocidad de 40 kilómetros por hora.
Pero esa vida libre y natural se vio
interrumpida en 1922, cuando fue capturado y remitido junto a una compañera
hembra para ser encarcelados en el Jardín Zoológico de Buenos Aires. Esta
brusca alteración del hábitat significó cambiar la jungla de sus primeros años
por el Templo Hindú (Casa de los Elefantes),
“...gran edificio redondo de purísimo estilo indiano,
copia del templo de la diosa Nimaschi, de la época del Rajah Tirumal; en este
edificio, estatuas, bajo relieves é inscripciones que lo decoran son tomados de
los más célebres monumentos religiosos de la India. Las estatuas de la columna
del frente principal representan una a Kartikeya, fac-símile de la que existe
en el templo de Bhuwaneswor y la otra Raghanati, fac-símile de la estatua del
templo dedicado al mismo dios.”
Los ídolos de los nichos situados arriba de de las
puertas son fac-símiles de la pagoda de Modura; los bajo relieves de los
costados representan de un lado escenarios sacadas de los Veda y Rig-Veda; del
otro lado son temas religiosos relacionados con Siva y Vishnu; las
inscripciones están copiadas de documentos auténticos (edictos de Asoka), bajo
relieve de Bharhut. Fue proyectado por el arquitecto Cestari. La pieza interior
tiene 700 metros cuadrados de superficie y el corral 1200 metros".[1]
Un edificio muy bello y de indudable
valor artístico; pero sumamente inadecuado para alojar seres vivos. En 1936, Dalia fue allí “víctima de
las corrientes de aire tan abundantes en el
pabellón en que se aloja, sufriendo dos ataques reumáticos que mejoraron al subir
la temperatura”.[2]
El corral se completaba con un cerco
munido de fuertes barrotes, aunque de baja altura; en aquella época, no existía
el foso perimetral actual.
El oído de Dalia era tan sensible
que podía escuchar sonidos generados en un radio de 50 kilómetros cuadrados,
capacidad que en la ciudad de Buenos Aires significaba no poco tormento.
Aprendió a usar su trompa —órgano muscular polivalente— en la infancia, cuando
su madre lo acariciaba con ella, o cuando le daba de trompazos si el joven se portaba mal. En el amor, enlazaba con
ella la de su compañera; y ante el peligro, desplegándola en forma horizontal,
indicaba amenaza; pero cuando se erguía hacia el cielo, era señal de ataque.[3]
Con esa misma trompa recogía del
suelo y llevaba a su boca las galletitas y caramelos que le arrojaban sus
amigos, los pibes, a quienes gustaba llevar a dar un paseo sobre su enorme
lomo, como puede verse en las fotografías de revistas de la época.[4]
El diario La Nación, en su edición del
20/5/43, reconoció que Dalia “constituía uno de los
mejores atractivos del zoológico”.[5]
Tras la muerte de su compañera el zoológico trajo en 1938 a Cango,
una joven hembra de cinco años, quien pronto se convirtió en la pareja del
elefante viudo, de 55 años de edad.
Dalia pertenecía a la familia de mamíferos terrestres más grande
del mundo. A pesar de su tamaño era de naturaleza pacífica y dócil. Su especie
es capaz de ser domesticada en un aprendizaje de tres años de duración, en el
cual aprende a obedecer hasta 24 órdenes diferentes, gracias a su sobresaliente
inteligencia y memoria.
Su nueva vida transcurrió entonces durante 21 años sin salir del
pequeño espacio asignado, sin poder refrescarse en un río, sin recorrer las
selvas del sur de la India en compañía de su manada. Y no se puede concebir que
su prodigiosa memoria las haya olvidado. Aún a pesar de ello, su carácter no se
había agriado.
Al menos, no hasta la mañana del 18 de mayo de 1943.
La dinastía de los
Holmberg
A
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dolfo María “Dago” Holmberg provenía de una familia que nació, literalmente,
con el país.
La primera
generación criolla surgió cuando Eduardo Kailitz, barón de Holmberg, llegó en
1812 al Río de la Plata a bordo de la fragata George Canning, acompañando a José de San Martín y Alvear, entre
otros, para integrarse a las fuerzas que luchaban contra los godos[6],
para defender la Revolución de Mayo.
Eduardo
se casó con María Antonia Balbastro, prima hermana de Alvear. De esta unión
nació Eduardo Wenceslao Holmberg, quien será un alto oficial del ejército del
general Lavalle.
A
su vez, Eduardo Wenceslao será el padre del médico y naturalista Eduardo Ladislao Holmberg, nacido en 1852.
Este será el miembro más sobresaliente de la familia. De carácter altanero y
autoritario (tenía fuertes reacciones cuando se lo contradecía) fue, a pesar de
ello, un ameno y culto conversador. Su genio brilló en sus libros e
investigaciones sobre botánica y zoología, su carrera como docente
universitario, su incursión en la literatura y el periodismo —se lo considera
el introductor de la literatura fantástica en Argentina— y en su gestión como
primer director del zoológico porteño.
Este
polifacético personaje era miembro de la junta consultiva de la Liga Patriótica
Argentina, organización de extrema derecha liderada por Manuel Carlés, quien
estimaba mucho a Holmberg. Especializada en asesinar judíos durante la Semana
Trágica de enero de 1919, y brazo armado del capital en cuanto conflicto obrero
hubo en el país durante la década de 1920, la Liga también aportó sus jóvenes
de familias “bien” para colaborar en el derrocamiento del presidente Hipólito
Yrigoyen, en 1930.[7]
Otra
curiosa afiliación de Holmberg fue su vinculación con la masonería. Fallecido
el 5 de noviembre de 1937, La Nación
publicó al día siguiente dos singulares avisos fúnebres: uno de la Gran Logia
de la Masonería, invitando a acompañar los restos de su ex vice Gran Maestre, y
el otro suscripto por el Supremo Consejo Grado 33 de la Masonería Argentina del
Rito Escocés Antiguo y Aceptado, alto cuerpo del cual Eduardo Ladislao era
miembro.
En
1904, debido a diferencias con las autoridades municipales, Holmberg fue
reemplazado en la dirección del zoológico por Clemente Onelli, quien continuó
la obra de su predecesor con brillantez y una informal originalidad jamás vista
antes en un funcionario oficial. Al morir en 1924, el puesto fue ocupado por un
pariente del primer director: Adolfo María
“Dago” Holmberg, que lo detentará hasta 1943, adquiriendo así su oscuro
protagonismo en la muerte de Dalia.
Dago
U
|
n historiador
panegirista de los Holmberg, escribió sobre él:
“El que fuera tercer director del Jardín Zoológico
Municipal, don Adolfo María Holmberg, nació en Buenos Aires en 1889.
En la
Universidad de la Capital se doctoró en Ciencias Biológicas, materias de su
predilección y campos en los que llegaría a destacarse. Publicó en 1926 un
interesante trabajo titulado «Los animales», y unas «Lecciones de Biología», y
fue asiduo colaborador de revistas científicas, fundando también una que se
denominó «Servir», en la que se estudiaban con profundidad diversos problemas
argentinos
Cuando en 1924 falleció don Clemente
Onelli, la Intendencia Municipal, entonces a cargo de don Carlos M. Noel,
designó al Dr. Adolfo M. Holmberg como Director del Jardín Zoológico de Buenos
Aires. Su larga gestión, que duró dos décadas, fue rica en obras de aliento, y
todo ratificó que el Jardín
estaba en excelentes manos: las de un sobrino nieto del primer director, y tan
erudito como él.
Holmberg
recibía una institución que contaba con el indiscutible cariño y apoyo de los
habitantes de la ciudad, los que llenaban los senderos del Jardín cada domingo
o día feriado”.[8]
Según
el libro publicado por el Zoológico en 1998 con motivo de cumplirse el 110º.
aniversario de la institución, “durante
veinte años el tercer director del Jardín Zoológico de Buenos Aires logró que
el parque continuara viviendo un período irrepetible en su historia. Al año de
comenzada su gestión el parque de Palermo fue visitado por 1.300.000 personas”.[9]
Esta
cifra se contrapone con los datos de concurrencia aportados por del Pino, donde
se aprecia que durante ese primer año de gestión de Dago hubo una abrupta baja
de visitantes consistente en 149.000 personas, el 11,64% respecto al año
anterior.[10]
A
continuación, el mismo autor enumera las obras y acciones realizadas durante la
gestión de Holmberg[11],
de quien dice además que “fue el
iniciador del sistema de supresión de jaulas y encierros tradicionales,
procurando que los animales estuvieran en una relativa libertad y separados del
público por medio de zanjas y fosos de seguridad. Así se hizo con el recinto
para las gacelas y los antílopes, con el llamado “Pabellón Ruso” y con el
predio destinado a camellos, dromedarios y avestruces”.[12]
Una
de las primeras medidas de Dago fue el cese de la publicación de la Revista del Zoológico, una publicación
de alto nivel científico iniciada por Eduardo Ladislao en 1888 y continuada con
entusiasmo por Clemente Onelli hasta su muerte, donde escribieron interesantes
artículos estudiosos de la talla de Florentino Ameghino, Juan B. Ambrosetti y
Carlos Spegazzini, además del propio Onelli.[13]
En
1927 publicó una “guía", en la que insertó un “Decálogo del Buen Visitante
del Jardín Zoológico”, que rezaba:
1.
Cuida de este bien como de cosa propia.
2.
Respeta a los demás, sin distinción de sexo,
edad y condición social.
3.
Evita de buen modo que los niños se hagan o
hagan daño.
4.
Anda por los caminos y no sobre el césped.
5.
No siembres el paso de cuanto te sobre en las
manos.
6.
Pregunta o recuerda dónde están los retretes, si
de ellos necesitas.
7.
No grabes tu nombre en los árboles ni cortes los
alambres de las barandas.
8.
Compadece a las pobres bestias cautivas.
9.
No les arrojes proyectiles de ninguna clase.
10. No les des
de comer nada, menos sustancias nocivas o indigestas, cigarrillos prendidos o
apagados, piedras envueltas, papeles, etc.[14]
Como
se verá más adelante, fue el mismo director quien violó el octavo y noveno de
estos diez mandamientos.
Otra
medida de Dago, que Crítica calificó como
“exponente de una concepción oficinesca
pero no pedagógica”, fue la prohibición de entrada al zoológico de los
menores de 14 años no acompañados de personas mayores.
El
vespertino agregaba que los pibes, moneda de 10 centavos en mano, les pedían a
las personas adultas en la puerta del zoo que los “hicieran pasar”. Continuaba
aclarando que la medida tendía a evitar que los chicos cometieran travesuras, las
cuales serían acotadas por la presencia de un mayor; pero consideraba que ésa era
una tarea que podían cumplir los guardianes del paseo, y que era una barbaridad
dejar dando vueltas en la calle a niños que querían ocupar su tiempo libre
allí, donde podían acceder a una mayor cultura. Agregaba que como muchos padres
de escasos recursos no podían acompañar a los hijos en sus paseos dominicales
por tener que realizar tareas domésticas, “las
criaturas que no pertenezcan a la categoría de niños ricos, o por lo menos de «clase
media», deberán renunciar a pasear por el Jardín Zoológico”.
Por
último, fustiga el abandono de los juegos infantiles: “El criterio poco democrático con que se están encarando los problemas
infantiles en ciertas reparticiones comunales… se observan también en el
deplorable estado en que se encuentran los juegos infantiles. En el propio
Jardín Zoológico hay toboganes para niños pequeños —de 2 a 5 años son los que
se tiran por ellos— que carecen de uno o más travesaños en la escalera. Al
subir, los pequeños están en grave peligro de caerse”.[15]
Esta
mentalidad burocrática partía de una concepción elitista, que concebía un Jardín
para la clase alta, con visitantes exquisitamente educados como los imaginados
en su “Decálogo”. Holmberg sentía una profunda aversión por el personal y el
público del zoológico, a quienes echaba la culpa de todos los males, como puede
verse en sus informes anuales.
En
la Memoria del año 1936, responsabilizó de los traumatismos en los mamíferos a
las "lesiones producidas por riñas
con sus semejantes, por los cuidadores inexpertos y principalmente por el
público que se ensaña con los reptiles”.
A su vez informó que la sarna es una “parasitosis
muy extendida, traída del exterior por los perros y gatos que entran
clandestinamente, pues el público no halla más cómodo para eliminar los
animales enfermos que tirarlos dentro del Jardín”.
Por
último, escribió sobre la tuberculosis: “esta
enfermedad causa muchas víctimas en algunas especies contagiadas por los
esputos de los visitantes enfermos. Hemos observado que muchas personas escupen
a los animales, especialmente a los monos, que son los que presentan mayor número
de víctimas. La alimentación deficiente es otro factor que debemos considerar
entre los favorecedores de la evolución de las bacilosis”.[16]
Vale
decir que para Holmberg, la mayoría del público se componía de tuberculosos que
se divertían fracturando reptiles, escupiendo a los monos y arrojando mascotas sarnosas
al interior del Jardín. De esa manera, deslindaba su responsabilidad por la “alimentación deficiente” que
suministraba a los animales. Al respecto, resulta sugestivo leer que el presupuesto de ese año le
alcanzó para construir una pajarera, un laboratorio, un pabellón para monos, un
quiosco para venta de jugo de frutas y otro para boletería, pero no para
mejorar la alimentación.[17]
El doctor Enrique Balech, ex director de la Estación
Hidrobiológica de Quequén dependiente del Museo Argentino de Ciencias Naturales
(MACN) “Bernardino Rivadavia”, de Parque Centenario, quien conoció personalmente
a Holmberg, anotó algunos rasgos dominantes de su carácter:
“Como Eduardo
Ladislao, estudió medicina pero su inclinación era la zoología y la
oceanografía; siempre se adjudicó el título de iniciador de los estudios
oceanográficos en la Argentina e incluso pretendió erigirse en única autoridad
argentina en oceanografía, aunque nunca hizo investigación oceanográfica
alguna.
Durante 20 años, hasta 1944[18], fue el director del Jardín Zoológico de
Buenos Aires. Por razones circunstanciales conocí el tenor de algunos de sus
informes a la Municipalidad en los que pretendía cultivar un humorismo
corrosivo. Recuerdo de una larga nota, por cierto en tono muy inapropiado para
una nota oficial, en la que criticaba muy acremente al profesor de la escuela
de avicultura que funcionaba en el Jardín. Comenzaba ridiculizando su físico:
‘su largo cuello de pollo desplumado… etc.’ y luego relataba cómo –según él- se
desarrollaban las clases: ‘las gallinas, hm, tienen plumas, hm, hm, y ponen huevos…’
y seguía en ese estilo.
Le gustaba cultivar la fama de caballero
galante, estar rodeado de damas, las reuniones sociales y aparecer como científico
brillante, autor de frases ingeniosas y líder de la democracia. En una
entrevista concedida a una revista porteña, contestó así la pregunta de cuál
era su animal preferido: «la mujer».
Como sus antecesores era culto y buen
conversador, pero también extremadamente arbitrario, envidioso, despótico y de
una nulidad científica total. A pesar de esto y al amparo de su apellido y de
sus múltiples y encumbradas relaciones, llegó a hacerse fama de distinguido
zoólogo y de padre de la oceanografía
nacional. Desde luego cultivaba esa fama cuidadosamente y por todos los
medios
Cuando la Armada Argentina invitó a tres
naturalistas argentinos a recolectar fauna marina en el crucero ARA Patria,
hacia 1913, embarcaron Doello Jurado[19], Adolfo Holmberg y Marelli, quien más
tarde sería director del Jardín Zoológico de La Plata. De los tres el único que
publicó sobre material recogido en ese crucero y desarrolló una sostenida
actividad en biología marina, fue el
primero. Pero desde entonces las relaciones entre Doello Jurado y Dago Holmberg
fueron muy tirantes aunque superficialmente parecían normales. Pero Holmberg
fue desarrollando un odio intenso, como todos sus odios, realmente patológico,
contra su rival en biología marina.
Adolfo Dago se fue a Alemania por un tiempo
para hacer, según dijo, estudios de oceanografía pero nunca supe cuánto y dónde estudió.
Aprovechó el viaje para visitar la Oficina Hidrográfica Internacional, en
Mónaco y consiguió convencerlos de que lo nombrasen su representante en la
Argentina, lo que le permitió recibir
las publicaciones que guardaba para sí. Creó un Instituto Oceanográfico
y consiguió que el Estado le comprara y mantuviese un barquito, y que el
Servicio de Hidrografía Naval le prestase instrumental cuyo destino final nunca
se conoció; simplemente desapareció. Con el barco sólo hizo placenteros paseos
por el delta del Paraná en buena compañía…
A pesar de todo eso el «oceanógrafo»
Adolfo Dago Holmberg no dejó la menor contribución a la oceanografía ni a la
biología marina, aunque sí algunos
proyectos difusos (por ejemplo de exploraciones del mar argentino con empleo de
muchos barcos) cuando no francamente disparatados. Uno de ellos fue el de la
construcción de un gran acuario marino
en Mar del Plata, o más bien submarino, pues se perforaría la roca bajo el
agua, haciendo una amplia y larga galería submarina con ventanales desde los
cuales se podría observar la fauna marina".[20]
En la misma obra, el doctor Juan José Parodiz agregó una anécdota
relacionada con este proyecto:
“En ocasión de
una Exhibición Nacional de Pesca, en Mar del Plata, organizada por el
Ministerio de Agricultura y Ganadería de La Nación, cuando el jefe de Pesca era
Marini, Doello Jurado, Carcelles y yo fuimos a colaborar.
En esa época Marini y Adolfo Dago
mantenían un feudo en esa ciudad. Dago Holmberg había emprendido uno de sus
proyectos delirantes, con la construcción de un monstruoso edificio para su
Instituto Oceanográfico y Acuario en Cabo Corrientes. Holmberg perseguía dos
fines: su glorificación y dejar en la sombra a Doello, anulando al mismo tiempo
su Estación Hidrobiológica en Pto. Quequén. El proyecto estaba, cuando fuimos,
en estado de abandono y sólo consistía en su estructura de cemento, pero ya
Holmberg había hecho colocar en su interior varias esculturas alegóricas
(Neptuno, etc.) Tenía de guardián a un individuo conocido por el sobrenombre de
Mediahora, a quien Holmberg debía muchos meses de sueldo. Cuando Mediahora
perdió las últimas esperanzas de cobrar se vengó, antes de irse, rompiendo a martillazos
todas las esculturas. El episodio causó mucha gracia a Doello Jurado”.[21]
La
mañana del 18 de Mayo de 1943 encontró a Adolfo Dago Holmberg muy nervioso
por los preparativos que unos jóvenes militares nucleados en el GOU (Grupo de Oficiales Unidos) estaban realizando en esos días, con vistas a efectuar un golpe de estado. Dago simpatizaba —por adhesión ideológica y lazos familiares, era tío del futuro general Alejandro Agustín Lanusse— con el bando liberal del Ejército.[22]
por los preparativos que unos jóvenes militares nucleados en el GOU (Grupo de Oficiales Unidos) estaban realizando en esos días, con vistas a efectuar un golpe de estado. Dago simpatizaba —por adhesión ideológica y lazos familiares, era tío del futuro general Alejandro Agustín Lanusse— con el bando liberal del Ejército.[22]
La vida en Buenos Aires a principios de los años ’40
M
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uchos temas
eran el comentario obligado de los porteños en esos años: las alternativas de
la Segunda Guerra Mundial, que desde la batalla de Stalingrado favorecían a los
aliados; la expulsión del país de intelectuales de izquierda, a través de un
decreto del Poder Ejecutivo[23];
las peripecias del navegante solitario Vito Dumas, quien dando la vuelta al
mundo en su pequeña embarcación, llegaba a Mar del Plata; la muerte del
escritor Roberto Arlt, cuyas cenizas se esparcieron en el río Sarmiento a la
altura del recreo Tres Bocas, en el Tigre; la inauguración de la Avenida
General Paz; la liberación de los presos de Bragado —unos obreros acusados de
un atentado que no cometieron, como sus desafortunados compañeros Sacco y
Vanzetti en los Estados Unidos—; la muerte de Leslie Howard, recordada por su
actuación en Lo que el viento se llevó o
la vida que llevaba en Córdoba la tripulación del acorazado alemán Admiral
Graff Spee, hundido en el Río de la Plata frente a Montevideo en 1939 por
su propio capitán, Hans Langsdorff.
Este
oficial, a pesar de haber combatido para un hitlerismo al que no adhería en su
totalidad, se comportó con los vencidos como un verdadero caballero de mar; y
como tal, decidió suicidarse en el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires,
procedimiento indicado por un código de honor tácito ante la pérdida del propio
buque.[24]
En
el cine Opera, el público se emocionaba a sala llena con el estreno de Casablanca, con Humphrey Bogart e Ingrid
Bergman. En el Gran Rex daban una película
con Fred Astaire y Rita Hayworth, Bailando
nace el amor; pero los que gustaban del recio Clark Gable y la sensual Lana
Turner, concurrían al Metropolitan para ver Reportaje
sensacional. El cine nacional se
lucía con Juvenilia, y en el Atlantic
podía verse a Niní Marshall en Cándida,
la mujer del año.
Por
la tarde, las amas de casa leían en Mundo
Argentino la sección No soy chismosa,
pero… por Valentina, mientras cebaban mate con yerba Salus, que “como buena criolla es aguantadora como ella
sola”, antes de prender la radio para escuchar a Mirtha y Silvia Legrand
protagonizando Las chicas de vacaciones,
un programa de Cocinero: ¡El aceite verdadero! Por su parte, Francisco Alvarez
interpretaba a Don Fulgencio, el hombre
que no tuvo infancia por la Red Argentina de Emisoras Splendid.
En
el Teatro Astral Pepe Iglesias “El Zorro”
ofrecía La Revista Loca, mientras que
Tita Merello se presentaba en el Alvear con Buenos
Aires de Ayer y de Hoy. Pero los peso pesado se daban cita en el Maipo:
Anchart, Blackie, Bozán, Caplan, Ollivier, Palitos y Thorry, juntos en el Gran Carrousel Porteño.
A
la salida del teatro, los fumadores empedernidos podían optar por un Caravana, de Massalin & Celasco, a
35 centavos el atado de 10 cigarrillos; o bien por los más económicos Nobleza, de 20 centavos.
Para
la numerosa colectividad española en Buenos Aires, engrosada recientemente por
los republicanos vencidos en la Guerra Civil, la Compañía de León-Quiroga
presentaba Filigrana, la cantaora en
el Teatro Argentino; lugar en el que “el genial
cancionista” español Miguel de Molina, celebrará un recital de gala para
las fiestas patrias de mayo de 1943.
Al
pobre de Molina este gesto no le valdrá de nada, dado que tres meses después
será detenido y trasladado a la cárcel de Villa Devoto por “la amoralidad de su vida privada y por haber dado motivo a escándalos
en lugares fuera de su lugar de exhibición y de trabajo” (sic).[25]
Para
los pibes, los Estudios Walt Disney estrenaban Bambi y Dumbo.[26]
Y si no, siempre estaba allí el Parque Japonés a sólo 10 centavos la entrada,
con sus atracciones mecánicas y fuegos
de artificio en su predio de 30.000 metros cuadrados al aire libre y 30.000
metros cuadrados bajo techo, para entretener a la purretada porteña.
Otra
gran atracción de la época era el campeón del catch as can Iván Zelezniack, “El Hombre Montaña”, quien deleitaba
a los chicos con su lucha libre todos los fines de semana en el Luna Park. En la
troupe figuraba humildemente un
muchacho armenio llamado Martín Karadagián, que daría mucho que hablar en el
futuro prodigio llamado televisión.
Pero
el entretenimiento favorito de todos los pibes sin lugar a dudas era el
zoológico, dependiente de la Dirección de Paseos de la municipalidad, a cargo
del ingeniero Carlos Thays. El escaso valor de 10 centavos la entrada, y la
variedad de diversiones que había en él, hacían que los pibes lo transformaran
en su salida predilecta.
Apenas
cruzado el pórtico de entrada estaba el quiosco de la Casa Bagley, que vendía
las inolvidables galletitas con forma de animales. Caja en mano, los pibes
salían a recorrer los senderos empezando por el lago de cisnes y flamencos,
bajo la mirada eterna de las enigmáticas ruinas bizantinas.
Lo
demás era una fiesta: paseos en pony, en sulkys tirados a caballo, o una
recorrida por las 18 hectáreas del predio a bordo de un curioso camioncito
colectivo. De yapa, la calesita y los juegos infantiles.
Las
alegres morisquetas de los monos, la jirafa Chiche, el rinoceronte Archibaldo,
los osos y leones, todo era un mundo distinto y semisalvaje. Las construcciones
por sí solas ya eran un atractivo, si se recuerda que en esos días no existían
la TV ni las computadoras; para aquellos niños, los medios audiovisuales se
limitaban a la radio y el cine. Pero su imaginación era estimulada
principalmente por la lectura. Y las novelas de Emilio Salgari, con Sandokán a
la cabeza, eran inevitablemente evocadas en las misteriosas formas orientales
del templo indostánico, las pagodas japonesas, la casa egipcia, la casa árabe y
la lorera de estilo morisco.
Y
por supuesto, el plato fuerte: el templo hindú, la casa de Dalia. El lugar
donde todos los chicos se apiñaban para dar una vuelta sobre el lomo de su
amigo el elefante, guiado alegremente por su cuidador.[27]
Animales
en fuga
Y
|
a en 1909, el elefante Sayan murió a raíz
de una infección originada por la rotura de un colmillo, producida durante uno
de “sus momentos de cólera”. En 1938,
el rinoceronte Archibaldo protagonizó otro violento incidente al arremeter
contra su recinto hasta dejarlo bastante maltrecho; en la acción, se rompió el
cuerno.[28]
Durante
1942, varios animales fueron protagonistas de anécdotas relacionadas con el
anhelo de libertad, propio de su naturaleza.
En
enero, las monas Bobby y Ketty huyeron del zoológico y se fueron
a pasear por Palermo. A eso de las 9 de la mañana, cuando su cuidador José
Paladino no estaba, abrieron la puerta de la jaula y se mezclaron con los
visitantes del zoo, para saltar luego la verja de Avenida Sarmiento e
instalarse cómodamente en la copa de un árbol, para ver la carrera de ciclismo
que allí se desarrollaba.
Paladino,
Martín, Antonio y otros cuidadores las fueron a buscar. Ketty se entregó
enseguida, pero Bobby no se dignó regresar ni con súplicas, redes, ni palos. “Bobby vení, no seas mala, seguime”. Nada.
Recién al mediodía la mona rebelde se bajó y saltó la verja hacia el interior
del zoo, donde caminaba 5 metros y se detenía a la vera de un árbol, sin hacer
caso a nadie. Al llegar donde estaba la jirafa “Chiche”, ésta alargó su cuello para acariciarla.
Finalmente,
una treta bien pensada dio resultado: Antonio y otros la amenazaron con arrojarle
puñados de tierra, mientras Paladino y Martín
hacían como que la defendían. La mona, agradecida con sus salvadores,
aceptó por fin acompañarlos hasta la jaula, donde le esperaba el almuerzo
recién servido.[29]
Al
mes siguiente, se descubrió a un singular polizón que viajaba en tren sin pagar
el correspondiente boleto: una boa
constrictor c. occidentalis, llamada "boa
de las vizcacheras".
La
serpiente viajaba escondida dentro de una bolsa de carbón desde Santiago del
Estero. Al llegar el cargamento a la playa de maniobras de la estación Núñez,
el peón Santiago Sosa cargó la bolsa y notó que algo se movía en su interior.
De inmediato la arrojó al suelo, para ver con los ojos agrandados por el miedo
cómo salía de ella el imponente animal, que alcanza a desarrollar hasta dos
metros de longitud.
Comunicada
la impresionante novedad a la comisaría 35ª, vino la policía con un peón del
zoológico, quien con toda soltura y tranquilidad ofreció su brazo, para que el
viajero polizón se enroscara a gusto.
Resultó
que esta especie no posee veneno ni ataca al ser humano, y que es muy apreciada
por los agricultores, dado que destruye las vizcacheras y se alimenta de
roedores. El inocente reptil fue llevado finalmente a su nuevo hogar, en el
Jardín Zoológico Municipal de Buenos Aires.[30]
Pero
era evidente que ese año los monos estaban sublevados, porque en el mismo mes “Conga,
una mona irascible",
atacó a un guardián del zoo.
El
hecho ocurrió un domingo, día de mayor afluencia de público. Los ocupantes de
la "jaula blanca" habían sido liberados para que se distribuyan por
el foso. A eso de las cuatro de la tarde Conga, que normalmente era
"un bicho tranquilo”, se salió del foso y echó a andar por el zoo,
entre los visitantes. En ese paseo se topó con Homedi Casin, un árabe de 55
años, jardinero que ese día cumplía funciones de guardián.
Dijo
Homedi que vio a Conga avanzar libre por uno de los senderos, y a la gente asustada,
escapando de ella. Quiso llevarla por las buenas, pero el bicho se resistió al
arresto, haciéndole una feroz mueca a modo de cordial advertencia. “Más bien aparecía con ánimos de defender su
libertad”, contó luego el perspicaz cuidador.
El
árabe puso prudente distancia entre ambos, pero no se le ocurrió mejor idea que
amenazarla con una piedra. ¡Para qué! en dos zancadas la mona estaba encima de
él, mordiéndole la pierna. Antes de que Homedi tuviera tiempo de sentir dolor,
Conga ya procedía a repetir la misma operación en la cabeza del desdichado
jardinero.
En
ese momento el cuidador se desmayó, para despertar en el hospital Fernández,
con diez puntos en la cabeza y cuatro en la pierna.
Conga,
la irascible, tenía en ese entonces
siete años de edad y hacía ya tres desde que la habían traído desde Africa.[31]
En
agosto, una despreocupada foca turista fue cazada en Villa Domínico: cuatro
jóvenes amigos, uno de ellos soltero, habían salido de pesca por el río a bordo
de su bote “Tres sí y uno no”. A 150
metros de la costa, sobre un banco de arena, vieron un animal que creyeron era
un perro, y se acercaron para socorrerlo; grande fue su sorpresa cuando ya
cerca de él se dieron cuenta de que se trataba de una foca.
Cuando
los amigos se bajaron del bote haciendo pie en la arena, el bicho quiso huir
pero no se animó, porque estaba realmente asustado; de modo que los muchachos
no tuvieron dificultades para traerlo a tierra firme. Una vez en la humilde
casa de Villa Dominico, llamaron por teléfono al zoo, con el objeto de donarla.[32]
Y
a fin de año, en diciembre, se rebeló
Nerón, el león de circo salvaje.
En
esos días, Nerón contaba siete años de edad y trabajaba con dos compañeros para
su domador, el Capitán Julio, en el
Circo Norteamericano. Allí hacían un número llamado “Los tres leones africanos de melena negra” Existía sin duda una
relación especial entre ambos, domador y animal, porque una vez —en Curitiba—
Nerón le desgarró el brazo a su Capitán.
En
otra oportunidad, en Río Grande Do Sul, Nerón volvió a atacarlo: pero esta vez
había allí un militar armado que se dispuso a matar al león rebelde. Sin
embargo, el Capitán Julio le hizo señas a su salvador para que no dispare. El
tercer ataque se produjo en Mar del Plata, en febrero de 1942.
Y
esta vez en Santa Fe, después de una serie de juegos, Nerón repitió tozudamente
su instinto natural: se le arrojó a su domador, mordiéndole la pierna. Y a
pesar de todo, el Capitán Julio no quería
saber nada con deshacerse del animal, o de sacrificarlo: para él era un desafío
domar a tan bravo león, y estaba orgulloso de su fiereza.[33]
Esta
extraña secuencia, parecería querer preanunciar la rebelión que costó la vida
de Dalia.
Un gesto libertario
H
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acia las 9 de
la mañana del martes 18 de mayo de 1943, Dalia se mostró muy inquieto. Hacía
calor, y estaba encadenado —como era habitual— con un grillete a una de sus
patas, dentro del pabellón. Ocho
años atrás había sufrido ataques de nervios similares, provocados por los
parásitos de la ascaridosis; pero esta vez, no quedaba en claro cuál era la
causa de su irritación.
Su
cuidador le hablaba, tratando en vano de calmarlo. El nerviosismo iba en
aumento mientras arrastraba la pata encadenada, una y otra vez. Y cuando logró
liberarla, se lanzó en veloz carrera por el corral, emitiendo fuertes barritos[34].
El espectáculo era hermoso y
sobrecogedor a la vez, pero Holmberg no se conmovió. Rápidamente ordenó la
evacuación de los visitantes, y procedió a clausurar el zoológico. Había
resuelto que el corpulento animal debía someterse o ser aniquilado, y para ello
requirió la presencia de la Policía de la Capital.
Entretanto, el atribulado
cuidador recurrió a una estratagema salvadora: preparó un torta de cereales con
600 gramos de bromuro disimulados en su interior, y logró tranquilizar así al
enfurecido paquidermo.
Acudió
al llamado un piquete de diez agentes de la Guardia de Seguridad al mando de un
oficial, armados de carabinas Máuser, que montó guardia durante todo el día. Al
anochecer, ante la falta de novedades, los vigilantes se retiraron; justo a tiempo para
enterarse con pesar que Boca Juniors había perdido ante Peñarol, en el estadio
Centenario, nada menos que por seis a cero. Una verdadera paliza.
El cuidador de Dalia, al
verlo tranquilo, pudo volver a encadenarle la pata sin el menor incidente.
Suspiró aliviado; deploraba la presencia policial, y estaba convencido de que el
problema podía solucionarse sin la brutalidad con que el director estaba
dispuesto a terminarlo. Todo parecía haber concluido; vio que Dalia y Cango
dormitaban suavemente en sus lechos de paja y, agotado por los nervios pasados
en esa dura jornada, se retiró a descansar.
La Masacre
S
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in embargo, esa tranquilidad se hizo
trizas al día siguiente, a la una de la tarde. Dalia volvió a mostrar signos de
gran inquietud y desasosiego. Fuera de control, ganó nuevamente el corral y se
arrojaba violentamente una y otra vez contra los barrotes, enhiesta la trompa
en alto; parecía estar decidido a todo para recuperar su libertad. Cango
observaba la escena, reflejando en sus ojos el miedo y el asombro.
El público que llegaba al
zoológico se encontró con la prohibición de entrar. De inmediato se volvió a
convocar a la Guardia de Seguridad, que con rapidez ocupó posiciones en las
cercanías del pabellón.
Mientras tanto, el cuidador
intentó nuevamente tranquilizarlo con otra torta de bromuro, pero esta vez el
animal ni le prestó atención. Se recurrió entonces a arrojarle chorros de agua
con una manguera —singular manera de calmar los nervios de un elefante
enfurecido— sin resultado alguno.
A las dos de la tarde, Dalia
había logrado romper uno de los barrotes de su cautiverio; para Holmberg, ya no
había motivo de aplazar la ejecución.
El oficial al mando dio
entonces la orden de hacer fuego: la primera descarga impactó en la frente de
Dalia, que se cubrió completamente de sangre.
Y entonces ocurrió lo
inesperado.
Cango, que en esos días
había cumplido los 10 años de edad, se aproximó a Dalia. El oficial,
sorprendido, ordenó alto el fuego; y con estupor los presentes vieron cómo la
joven elefanta acariciaba a su pareja con la trompa en el lugar donde las balas
lo habían herido; sin poder creerlo, la vieron luego arrancar una mata de pasto,
con la cual comenzó a limpiarle la sangre.
Pero
ese instante mágico fue roto por el mismo Dalia, quien resuelto a huir del
fusilamiento por el hueco abierto en la reja, avanzó por allí hasta que logró
sacar medio cuerpo afuera.
Se
oyó otra vez la voz de fuego; las descargas se sucedieron sin solución de
continuidad. Dalia sintió con desesperación cómo las balas mordían su carne en
todo el cuerpo, atravesando los cuatro centímetros de espesor de su sensible
aunque rugosa piel. La vista se le nublaba por la sangre que caía sobre sus
ojos cuyo furor, lentamente, se fue apagando.
El
martirio duró casi una hora. En ese lapso, recibió el impacto de cuatro balazos
en la frente, ocho en el abdomen, seis detrás de las orejas, y dieciséis
diseminados por el resto del cuerpo; debilitado por la sangre perdida a través
de las treinta y cuatro heridas recibidas, Dalia estaba aún de pie pero
exhausto, vencido. Su trompa yacía fláccida e inerte; ya no tenía energía para
denotar amenaza o ataque con ella.
Fue
entonces cuando el soldado J. Durán, campeón de tiro de fusil, disparó el tiro
de gracia haciendo blanco mortal en uno de los ojos.
“Cuando por fin cayó lo hizo con estilo,
doblando las patas, arrodillándose, sin tumbar el cuerpo. Y así quedó, como si
estuviera en actitud de reposo, frente al pabellón indio, entre los rugidos de
las fieras, la algarabía de los pájaros y el griterío de los monos, que saltaban
y aplaudían en la jaula, pues había terminado la función: la cacería
improvisada en la ciudad”.[35]
Los fotógrafos de Crítica y La Nación registraron a Dalia esperando
la muerte, con un aire de filosófica resignación. El elefante rebelde murió a las 15:01 hs.
de un nublado y caluroso miércoles 19 de mayo de 1943.
Holmberg justipreció la
pérdida en 30.000 pesos moneda nacional, el valor de mercado vigente por
entonces para un elefante vivo.
La desencarnación de
Dalia
P
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ara el budismo,
que tiene gran predicamento en la India, el espíritu de un ser vivo desencarna
con la muerte para esperar el momento de volver a encarnar en otro ser. Durante
esa nueva vida tratará de enmendar las faltas cometidas anteriormente, con la
aspiración de iluminarse cada vez más, en una continuidad a través de los
siglos y los tiempos, hasta alcanzar el grado máximo de luminosidad: el nirvana.
Para
Dalia el desencarne no tuvo connotaciones espirituales, a pesar de que su
especie es venerada como un dios en la India, formando parte de la cultura
y religión de esa tierra.
El
director ordenó embalsamar los restos de Dalia, para exponerlos en el Museo de
Parque Centenario. Con ese objeto se montó un complicado operativo, que comenzó
armando un camino de acceso hecho de tablones de madera —a modo de vías— para
que la pesada grúa de 20 toneladas, que debía mover el cadáver del infortunado
elefante, pudiera llegar hasta el lugar donde éste había caído.
Una
vez instalada la poderosa máquina varios peones municipales, haciendo palanca
mediante tablones y barras de hierro, lograron pasar tres gruesas cadenas por
debajo del cuerpo. Una de ellas en torno al cuello, la segunda por el abdomen,
y la tercera por las patas traseras. Reunidas todas en un haz sobre el lomo,
fueron enganchadas por la grúa, que procedió a levantar a Dalia y trasladarlo
al Templo Hindú, tarea que insumió no menos de dos horas.
La
sensible Cango, que quedó sumida en una profunda depresión a raíz de la
tragedia, fue trasladada a otro sector para evitar que presencie la evisceración
de su compañero.
Se
empezó abriendo el vientre para retirar sus vísceras, que pesaban cerca de una
tonelada; luego se levantó un andamio alrededor del cuerpo para comenzar las
diversas operaciones químicas que convertirían el tejido orgánico en sustancias
incorruptibles, tareas que se estimaba demandarían varias semanas.
O
al menos ésa era la intención original; porque el descarne se completó hasta
conservar sólo la piel y los huesos, que fueron trasladados al museo el 6 de
julio de 1943.
Entretanto,
la noticia había generado una honda tristeza en los amigos de Dalia: “Yo tenía cerca de diez años, en aquel
entonces; y me acuerdo que mi papá escondió el diario «La Nació»’ de ese día,
para que no leyera la noticia. Pero igual me enteré; y me dio una bronca
bárbara, y mucha pena. Fue una barbaridad lo que hicieron”.[36]
La
cobertura de Crítica del 19 de mayo corrobora
ese sentimiento: “Los pibes de Buenos
Aires estarán hoy de luto por la muerte de su querido elefante, a quien
visitaban todos los días”.[37]
Pero quizá haya habido algo más: una memoriosa aseguraba que “los chicos estaban enojadísimos y por mucho
tiempo no quisieron volver al zoológico”, lo cual habría constituido una
insólita huelga infantil, quizá la única en la historia del país.[38]
La leyenda del indomable
E
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l golpe de
estado que tanto preocupaba a Adolfo Dago Holmberg ocurrió 16 días después de
la muerte de Dalia, el 4 de junio de 1943. Asumió la presidencia de la
república el general Pedro Pablo Ramírez; como ministro de Hacienda (actualmente
Economía) asumió un miembro de la oligarquía: Jorge Santamarina. En Educación,
ocupó un importante cargo el escritor e ideólogo fascista Gustavo Martínez
Zuviría, más conocido por el seudónimo de Hugo Wast. Y como ministro de
Justicia e Instrucción Pública, se entronizó al fusilador de la Patagonia Rebelde
de 1921, coronel Elbio C. Anaya.
En
una función aparentemente de muy baja categoría, fue nombrado secretario de
Trabajo y Previsión el joven coronel del GOU Juan Domingo Perón, que como es
sabido dividirá la historia argentina en un antes y después de él.
A raíz del golpe, Dago fue exonerado de la dirección del zoológico
en 1943. Durante los años de la primera era peronista, se dedicó a buscar reconocimiento
científico y a conspirar contra el gobierno, como señala el doctor Balech:
En las últimas décadas, tratando de
recuperar su prestigio (nadie lo conocía en los círculos especializados) se
mostró en algunas reuniones de oceanografía y maniobró para ser designado
miembro honorario del Comité Argentino de Oceanografía, lo que fracasó al no
encontrársele más antecedentes que los mencionados. Desde luego, no se
consideró suficiente el de colaborador del «Tesoro de la Juventud». Según él,
la gran obra de su vida, un tratado general de biología, fue destruido, no se
sabe cómo ni en qué circunstancias, por sus enemigos políticos[39], en venganza por su firme defensa de la
democracia.
A don Dago no lo conocí personalmente
hasta que inesperadamente se presentó en mi casa, en Necochea, por el año 54.
Cuando se enteró de que yo tenía un largo manuscrito sobre la distribución de
la fauna marina y las corrientes marinas en la Argentina, insistió en que se lo
diera para estudiarlo con tranquilidad. Por las referencias que tenía sobre él
busqué un pretexto para eludir el pedido.
Cuando supo
que yo había sido «renunciado» en el Museo me dijo: «No se preocupe. Le puedo
decir que pronto la situación va a cambiar y cuando caiga Perón ocuparé un alto
cargo y no me olvidaré de Ud». Fue una tremenda indiscreción decir eso a un
desconocido, por parte de quien sabía que se estaba gestando la Revolución
Libertadora; él tenía hijos (por lo menos uno) en el ejército y era tío del
oficial que más tarde sería muy conocido como el general Lanusse.[40]
Holmberg
no mentía; caído Perón en septiembre de 1955, fue nombrado simultáneamente
interventor del Museo y el zoológico, cargos que sostuvo mientras el gobierno
se sostuvo en el poder. Debió renunciar a ambos con el retorno de la democracia
en 1958, cuando asumió la presidencia de la nación el doctor Arturo Frondizi.
Desde entonces su estrella se fue opacando, hasta que en 1979
cobró una fugaz notoriedad debido a una tragedia familiar, que tuvo como
protagonista a la dictadura del Proceso: el 20 de diciembre de 1978, un grupo de tareas de la ESMA secuestró y asesinó a su hija Elena Angélica Dolores Dago Holmberg, encargada en París de contrarrestar la “campaña antiargentina” contra el
mundial de fútbol de 1978. Su cadáver apareció en avanzado estado de descomposición flotando en las aguas del río Luján, en el Tigre, el 11 de enero de 1979.[41]
Durante los funerales de su hija, el ex director del zoo prorrumpió
en un grito extemporáneo, que sorprendió a todos los presentes: “Luego de escuchar las emocionadas palabras
del brigadier Pastor, el señor Holmberg, padre de la víctima, de 90 años,
pronunció un vibrante «viva la patria», que puso una nota aún más emotiva al
triste momento que se vivía”.[42]
Adolfo
"Dago" Holmberg murió un año después en Buenos Aires, el 7 de enero
de 1980. Llama la atención la absoluta ausencia de avisos fúnebres relacionados
con su actividad científica. Ni una sola asociación o institución lo recordó.
Al día siguiente aparecieron apenas dos obituarios: uno de sus familiares, y otro del Centro Naval, al
que paradójicamente pertenecían los asesinos de su hija. Y el
día 9 apareció, solitaria, una participación de siete amigos de Holmberg informando
que “sus restos fueron inhumados ayer”.[43]
El doctor Balech, en 1992, aportó noticias indirectas sobre el cuidador
de Dalia: “Hace unos años, al dirigirme
al museo en taxi y al saber el conductor adonde iba me dijo: «Ah, allí está
la elefanta (me dio su nombre que no recuerdo; en verdad no estoy seguro
si era un animal macho o hembra) que hizo matar ese canalla de Holmberg; el
loco era él. Yo era el cuidador de ese pobre animal»”.[44]
La piel de Dalia fue
desechada del museo el 21 de agosto de 1951, por hallarse en “pésimo estado”.[45]
Su
esqueleto fue armado y se encuentra en exposición, donde cualquier visitante puede
verlo en el primer piso del museo, sector Mamíferos, donde un cartel reza:
"Familia:
Elephantidae. Orden: Proboscidea. Elefante de la India. Elepheas maximus.
Distribución: Asia meridional y oriental, Cochinchina, Siam e isla de Ceilán.
Pertenece este esqueleto al elefante ‘Dhalias’ que durante muchos años vivió en
cautiverio en el Jardín Zoológico de Buenos Aires".
Horacio
Silva
Buenos
Aires, 16 de diciembre de 2003.
[2] Municipalidad
de la Ciudad de Buenos Aires – Memoria del Departamento ejecutivo - Tomo III,
año 1936. Apartado “Jardín Zoológico”, pág. 283
[3] La trompa es
en realidad el labio superior y la nariz del elefante, que se han alargado y
muscularizado hasta constituirse en un apéndice
de casi 40.000 músculos. El animal la
utiliza para beber, saludar, acariciar, amenazar, lanzar agua, arrojar tierra y
amplificar vocalizaciones, con lo cual se aprecia la importancia vital de ese
órgano.
[7] Paradójicamente, fue Yrigoyen quien
cedió a la Liga armamentos y el uso de las comisarías como centros operativos
durante la Semana Trágica.
[8] DEL PINO,
Diego A.: Historia del Jardín Zoológico Municipal. Cuadernos
de Buenos Aires Nro. 55. M.C.B.A., Bs. As., 1979. Allí agrega que “También fue colaborador de la conocida obra
de divulgación El Tesoro de la Juventud, que fuera compañera de los años
jóvenes de tantas generaciones. En febrero de 1979, el doctor Adolfo María
Holmberg cumplía 90 años y aclaraba a un periodista —entre otros temas— que «Dago»
fue un sobrenombre de infancia, pero no verdadero nombre. Por mucho tiempo se
lo llamó Adolfo Dago".
[9] Buenos Aires Zoo 1888-1998 110º. Aniversario Jardín
Zoológico de la Ciudad de Buenos Aires. Bs. As., octubre de 1998
[10] Según del
Pino, en 1922 acudieron 1.241.000 visitantes; en 1923, 1.298.000 (aumento del
4,59%); en 1924, 1.280.000 (descenso del 1,39%); y en 1925, 1.131.000 (descenso
del 11,64%). Onelli murió el 20 de octubre de 1924, de modo que se puede tomar
el año de 1925 como el primero de la gestión de Dago.
[11] Construcciones y refacciones: limpieza de los lagos artificiales;
revestimiento del lago de mamíferos acuáticos; lazareto; jardín para boas; isla
de los monos; estanque de hipopótamos; estanque de cocodrilos; laboratorio;
casa de lobos marinos; habitaciones para tapires; aviario; choza congoleña;
pileta para elefantes; jaula para ocelotes; plaza de juegos infantiles;
rellenado del terreno alrededor de la fuente “Diana Cazadora”; inauguración del
busto de Onelli; el teatro-cine; eliminación del matadero de caballos;
eliminación algunos pozos negros (con excepción de tres, que quedaron);
eliminación de dos estercoleros a cielo abierto.
Nuevas instituciones: Instituto Municipal de Biología; Biblioteca;
Tambo modelo (donde se servía leche fresca a bajo precio).
Compra de animales: Se envió al Africa a un biólogo del
jardín, que debió costearse los gastos del viaje, para cumplir esa tarea. A su
regreso trajo un lagarto varano del Cabo, tres pitones de Nepal, cuatro cobras
de Browslangs, cuatro del Cabo, dos cobras “escupidoras”, una “Naja”, un
lagarto espinoso, otros veinte lagartos, 10 tortugas gigantes, varias
terrestres y acuáticas, camaleones de Sudáfrica, tres ardillas, dos pequeños
ciervos y otros animales de menor cuantía.
A los confines del Orinoco y Amazonas fue un zoólogo
del Departamento Nacional de Higiene, quien también debió pagar sus gastos. No
hay mención de qué animales compró.
Dago fue hasta los lagos Argentino, Viedma y San Martín
con el mismo objeto, aunque no se aclara si pagó lo suyo, ni si trajo algún
ejemplar.
Otros: Envío de animales sobrantes al zoológico
de Parque Patricios; apoyo a las escuelas municipales anexas de Avicultura y
Telares. Este apoyo es relativo, si consideramos la forma despectiva en que
hablaba del personal docente, como veremos más adelante.
[13] Onelli era un
director muy especial, probablemente el más democrático de todos los que
ocuparon el cargo; por herencia familiar tenía el título de “conde”, en su
Italia natal, y nunca lo utilizó. Vivía dentro del zoológico, en una casita
demolida en los años ´30 que se hallaba junto a la actual administración. Le
gustaba estar entre los animales, a quienes llamaba “sus pensionistas”; los
observaba y les tomaba un singular cariño. También le encantaban los pibes, y
convirtió al jardín en un “paseo popular”, con autitos y diversiones variadas
para los chiquitos. En 1907 creó el Zoológico del Sur, en el Parque Patricios,
una especie de anexo al predio de Palermo, con una gran variedad de animales, y
una “Cabrería Municipal” donde se vendía leche fresca a precio de costo.
Hay muchas anécdotas sobre la singular personalidad
del segundo director: en una oportunidad fue donado al zoo un monito bebé
huérfano, todavía en etapa de lactancia; Onelli buscó y halló una mujer con el
coraje para amamantarlo, hasta que el animalito pudiera tomar otros alimentos.
En 1912, arribó la Jirafa Mimí al puerto de Buenos Aires. Con sus cinco metros
de altura, no había ningún medio de transporte que la llevara sin sufrir daños
hasta su nueva morada; Onelli tomó entonces la soga que el animal llevaba atado
al cuello, y lo llevó caminando hasta el Jardín.
Sobre los
paquidermos escribió en uno de los artículos de la Revista: “El elefante tiene una aversión profunda por
el olor del cigarro y no admite cerca de su importante persona ni tabaco ni
cachimbos (pipas), y también lo
molestan los gritos de los chajás que van a posarse en la cúpula del templo”.
[15] “Es
injustificable que en el zoo se prohíba la entrada a los menores no
acompañados” en Crítica, 6/4/42
[17] Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires – Memoria
del Departamento ejecutivo Tomo III año 1936. apartado “Jardín Zoológico”, pág.
273.
[20] BALECH, Juan y
PARODIZ, Jun José: El Museo Argentino de
Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” en pantuflas. Folleto mecanografiado,
Bs. As., 1992. El original se conserva en la biblioteca del Museo.
[22] Los jóvenes
oficiales del GOU pertenecían a un ala nacionalista de las Fuerzas Armadas,
contraria al bando liberal con que Holmberg simpatizaba por adhesión ideológica
y lazos familiares
[23] “El decreto
del P.E. invita a abandonar el país a intelectuales de izquierda y a dirigentes
gremiales” en Crítica, 12-4-42. La
medida afectaba al doctor Augusto Bunge, ex diputado de la Nación por el
Partido Socialista, y miembro en ese entonces del Partido Socialista Obrero.
También recaía sobre Orestes Ghioldi, co-director del periódico comunista “La
Hora”, dos voluntarios comunistas argentinos que habían combatido para la
República Española, y algunos dirigentes sindicales.
[24] BAYER,
Osvaldo: Graff Spee: el fin del corsario.
En Los anarquistas expropiadores y otros
relatos, Bs. As., Planeta, 2004.
[25] “Trasladaron a
Villa Devoto al artista Miguel de Molina” en Crítica, 1/8/43. En este triste artículo que desnuda la
intolerancia para con la diversidad sexual, puede leerse:“En la nota de detención del
Departamento Central de Policía se dice que el artista era conocido por la amoralidad de su vida privada y por
haber dado motivo a escándalos en lugares fuera de su lugar de exhibición y de
trabajo. También aduce el
Departamento que se ha podido comprobar cómo el citado organizaba con
frecuencia, juntamente con otros individuos, reuniones que calificaba de
‘grandes orgías’ que, al parecer, trascendieron al comentario público. Por
último considera la nota que a las salas donde exhibió su repertorio habían
concurrido como espectadores personas de dudosa moralidad. Todo ello ha
determinado la mencionada resolución por la cual es deportado del país el
llamado Miguel de Molina, previa detención realizada ayer. En las últimas horas
de la noche, la jefatura policial dispuso el traslado de Miguel de Molina a la
Cárcel de Contraventores, en Villa Devoto, donde permanecerá hasta tanto
solucione los trámites de la inmigración para salir del país”.
[26] Curiosamente,
la escena más desgarradora de “Bambi”
transcurre cuando la madre del pequeño cervatillo es fusilada por un cazador. “Dumbo”, un elefante sometido a maltratos
y cautiverio por los dueños de un circo, finalmente logra liberarse gracias a
su capacidad de volar.
[27] En una nota
titulada “Los pibes pagan el menú de las fieras”, la revista Mundo Argentino del 30/9/42 calculó los
ingresos por alquiler de animales y vehículos en más de 3.000 pesos mensuales,
los que sumados a la recaudación de boletería totalizaban más de 250.000 pesos
al año; cantidad que, según el cronista, bastaba para cubrir los gastos de
alimentación de los “pensionistas” del zoo.
[28] La Nación, 20/5/43: “Recuérdase,
sí, el caso del rinoceronte Archibaldo, que arremetió contra los barrotes de su
jaula hasta romperse un cuerno; pero esto, el dolor y la presencia de la
sangre, en vez de enfurecerlo más sirvió de calmante, y ahora es un pacífico huésped
del Jardín Zoológico, el único de su raza, pues se quedó sin compañera hace dos
años. Es un viudo triste, inconsolable, que cabecea de un lado a otro rumiando
recuerdos”.
[32] “Una foca
turista se acercó a ver a los hombres y fue cazada en Villa Domínico” en Crítica, 10/8/42
[36] Testimonio de
Horacio Guisado, veterano asistente de dirección del cine argentino, quien
trabajó en memorables films tales como “La Patagonia rebelde” y “No habrá penas
ni olvido”, entre otros.
[37] “Los tiros de
las carabinas policiales pusieron fin a la existencia del elefante enloquecido
del Jardín Zoológico” en Crítica, 19/5/43
[38] Testimonio de
la señora Margarita L. Bruzzone de Porro, abuela del autor, una mañana de
primavera en 1967 frente a los restos de Dalia. Para chequear esta afirmación se
buscó —sin éxito— el detalle de entradas vendidas entre 1940 y 1945, a efectos
de verificar si se produjo una abrupta baja de visitantes después de la masacre.
[40] El hijo
mencionado es el Teniente Coronel Enrique Holmberg Lanusse. "Dago"
estaba casado con Ernestina Lanusse Justo, tía de Alejandro Agustín, el
conocido ex presidente de facto.
[41] Según se
desprende de la causa judicial (Nº 13/84 - Caso Nº 689: Holmberg Elena Angélica Dolores, http://www.derechos.org/nizkor/arg/causa13/casos/caso689.html)
el crimen habría sido ejecutado para evitar que Elena Holmberg denunciara un
supuesto acuerdo entre el almirante Eduardo E. Massera y el jefe montonero
Mario E. Firmenich, para negociar que la organización guerrillera no perturbara
el desarrollo del mundial de fútbol, sin ordenar formalmente un "alto el
fuego". No obstante, otro ex jefe montonero, Roberto Cirilo Perdía, desmiente con tajante indignación esa versión en su libro Montoneros - El peronismo combatiente en primera persona (Planeta, Bs. As., 2013, págs. 525/532): Acerca de las presuntas reuniones de miembros de la conducción de Montoneros con Massera, que suelen invocarse para inducir que hubo traición, falsía o corruptela (...) esas reuniones nunca existieron. Mienten quienes lo afirman o propagan. Cada uno sabrá las razones por las que lo hace y el rédito que saca, sacó o espera sacar de ello. Ese es "su" problema. Una vez más, confío en el "libro de la historia" donde los pueblos registran en su memoria la verdad sobre los hechos de hombres y mujeres que los protagonizaron.
[42] La Nación, 15/1/1979. Este crimen
motivó un particular conflicto en la interna de la dictadura, ya que la víctima
era una funcionaria de familia patricia consustanciada con el Proceso. El
doctor Tomás Joaquín de Anchorena, embajador argentino en Francia y jefe de
Elena Holmberg, hizo fuertes
declaraciones a la prensa, expresando que era un “acto sin justificación”
dirigido a “afectar gravemente la acción del gobierno del presidente Videla y
el proceso de reconstrucción nacional en que estamos empeñados todos los
argentinos”, exigiendo “terminar abruptamente con esta modalidad de terror,
desenmascarar y castigar a los instigadores y autores materiales de tales
hechos, señalándolos como enemigos de la República” (La Nación, 13/1/79). El embajador estaba pidiendo nada menos que
la cabeza de Massera. Con un perfil más bajo, el ministro de Relaciones
Exteriores —brigadier mayor (RE) Carlos Washington Pastor— calificó al crimen
de “cobardía” y pidió “la más severa condena para este tipo de hechos que
juzgamos deleznables”, “erradicar definitivamente este terror que aún se
esconde entre nosotros” y “continuar la lucha contra los delincuentes descontrolados
que actúan cobardemente, enlutan hogares e instituciones para mostrar que aún
existen. Ellos son y deben ser merecedores de un esfuerzo final correctivo, que
será ejercido por el poder nacional” (La
Nación, 15/1/79). Más mesurado, el
ministro se conformaba con ejecutar al grupo de tareas responsable del
asesinato. Nada de esto ocurrió; Massera era demasiado poderoso como para rendir
cuentas ante sus pares del Ejército.
[43] La Nación, 9 de enero de 1980. Es desolador el contraste con el
obituario que mereció su tío abuelo Eduardo Ladislao en 1937, donde se aprecia
que realmente era un científico reconocido: allí pueden leerse, entre otros,
los pésames del rector de la Universidad, el decano de la Facultad de Ciencias
Exactas, la Academia Nacional de Ciencias Exactas, la Sociedad Argentina de
Ciencias Naturales, el Museo Social Argentino, la Sociedad Científica
Argentina, la Sociedad Ornitológica Argentina, la Academia Nacional de
Medicina, la Sociedad Argentina de Antropología, la Sociedad Entomológica
Argentina y varias otras instituciones científicas.
grandioso horacio, simplemente grandioso.
ResponderEliminaradmirable, te felicito
ResponderEliminarMuchas gracias!
EliminarEl relato y la foto nos llenó de emoción! El cuidador del elefante se llamaba Pedro Rodriguez, era el abuelo de mi novio. Si llegaras a tener más fotos nos gustaría poder contactarte para obtenerlas.
ResponderEliminarSaludos!
Aldana
Estimada Aldana, no sabes cuánto me alegra tu mensaje; todos mis esfuerzos para dar con el nombre del cuidador, habían sido coronados con el fracaso. Tengo más fotografías, tomadas de las revistas de época, aunque no recuerdo si en ellas aparece el abuelo; escribime y las enviaré. También quiero saberlo todo de don Pedro, mi email es hrsilva59@gmail.com Cordiales saludos para ambos, Horacio Silva.
EliminarLa fotografía, al comienzo, muestra a una elefanta llamada Canga. Canga no es Dahlia, pero fue testigo de la masacre del 19 de mayo de 1943. Los lectores podrán encontrar más información sobre qué le pasó a Canga y a otros elefantes, en los siguientes sitios: http://elefantesymastodontes.blogspot.com.ar/, https://historiasdeelefante.wordpress.com/. Por otra parte en la Revista Boletín Biológica, comenzó en 2017, una serie de artículos que pueden ser consultados en los números 37 y 38, ya publicados, o en los sucesivos que salgan en 2018, en: http://www.revistaboletinbiologica.com.ar/. Aldo M. Giudice
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