Fue ayer, miércoles 8 de febrero de 2012, a las 19:42
hs, mientras viajaba en el colectivo hacia Constitución, cuando recibió la
llamada en su celular. “Murió Spinetta”,
dijo tristemente la voz amiga de Graciela.
Al colgar el teléfono, sintió que su lejana
adolescencia volvía repentinamente hacia él, aleteando por un instante en
derredor suyo, para luego partir, volando, alejándose para siempre.
Recordó entonces los tiempos del secundario, allá
por los los primeros años 70, época caótica en la cual podía ingresar con su
guitarra y el pelo largo hasta la cintura, sin que las autoridades pudieran
sancionarlo.
“Eran los
días, los días de oro”, canturreaba por entonces, imitando el tono de
Moris: “nunca el colegio / siempre la vida / y las mañanas del sol aquel”.
Quiso recordar, y no pudo, la primera vez que
había oído a Spinetta. Estaba seguro que era “Muchacha ojos de papel”; quizá
por la radio, o acaso en los sorprendentes discos que traía a casa su hermana
Nora.
Él había amado profundamente la música y la poesía
del Flaco. Se sabía toda su vida: que había nacido el 23 de enero de 1950, que
vivía en la calle Arribeños (muy cerca de su casa, aunque no sabía la ubicación
exacta”; que Almendra había ensayado en un sótano de Arcos y Monroe; que Ramsés
VII se había comido un día una prepizza cruda en su casa; que “Muchacha” estaba
inspirada en Cristina Bustamante, y que el “Blues de Cris” había sido producto
de la violenta amargura causada por el fin de esa relación. Que la Ana que no
dormía y contaba las luces mirando a la gran ciudad, era su hermana Ana María
Spinetta. Que un día Pappo le había llenado de svásticas las paredes de su
cuarto. Que para alejarse de las drogas había viajado a Francia, y que le voló
la cabeza a quince mil personas durante la presentación en el Luna Park de “El
Jardín de los Presentes”, el 6 de agosto de 1976.
También recordó la profunda impresión que le dio
el conocer a Artaud a través de su disco, y cómo descifraba que en “La sed
verdadera”, el Flaco le estaba hablando directamente a él mismo, mientras
escuchaba el disco de 33 rpm en el living de su casa:
Sé muy bien que has oído hablar
de mi
y hoy nos vemos aquí.
Pero la paz
en mí nunca la encontrarás.
Si no es en vos...
en mí nunca la encontrarás.
Por tu living o afuera de allí no
estás;
pero hay otro que está.
Y yo no soy,
yo sólo te hablo desde aquí
él debe ser
la música que nunca hiciste
Qué duda cabía: le estaba hablando a él, y le estaba
diciendo que debía encontrar su propia luz interior, y no hacer lo que él estaba
haciendo: tomar la poesía del Flaco como la palabra de un Mesías.
Recordó también que cuando fue de vacaciones a
Monte Hermoso en 1974, se le mezclaron el Flaco y Vinicius de Moraes; un
amanecer en el que, con la mirada perdida en el encuentro del cielo y el mar,
surgió en su mente el poderoso órgano de Cutaia, abriéndose paso como ese sol
que estaba naciendo, y con esa inolvidable voz:
El alba me sorprenderá
con la vista sumergida en el mar
donde van los colores
a la cerrazón (...)
Hoy, te quiero proponer
que mires en tu mar
mar cerebral
porque yo sé
¡Mar, masa de mar!
Lo que yo sé
Y volvió a su mente el comentario que pocos días
atrás había efectuado en su cuenta de Facebook, relativo a un manuscrito
original de Spinetta, con la letra de “Barro tal vez”:
Tenía 17 años, la sensibilidad e ingenuidad
que sólo se pueden tener al despertar de la adolescencia, y estaba sentado en
el césped de un campo de polo en Palermo, bajo la llovizna de un anochecer de junio de 1977. En el escenario, después de tocar Litto Nebbia y el conjunto de
arcos de Antonio Agri -a quien unos despreciables sujetos, imitando al gobierno
militar de entonces, lapidaron a monedazos- subió Luis Alberto Spinetta, él
solo con su guitarra acústica; y entre otras delicias, cantó dos canciones que
me conmovieron profundamente, de las cuales no dijo el nombre. Una de ellas fue
la que después conocí como "La aventura de la abeja reina"; y la
otra, esta hermosa "Zamba" o "Barro tal vez". Como solía
hacer en aquella época analógica, cuando el Wi-Fi y el mp3 eran poco menos que
visiones futuristas de ciencia ficción, grabé el recital en el grabadorcito
Sony a cassette que le tomé "prestado" a mi padre. Conservé esa cinta
mágica durante años, hasta que el paso del tiempo la desgastó, como también desgastó
mi ingenuidad adolescente; aunque no pudo con mi sensibilidad, que
-parafraseando a Artaud- aún goza de una "insurrección de buena
salud".
Todos estos recuerdos revolotearon alrededor suyo, por un instante
nomás, al guardar el celular, mientras zumbaban en su caverna gris las tristes
palabras de Graciela: “Murió Spinetta”.
Ya en su casa, las lágrimas pudieron brotar; tímidas al principio,
libremente después. Spinetta no estaba, había partido. Y recordó también las
palabras de Antonio Machado:
Y cuando llegue el día
del último viaje
y esté al partir la nave
que nunca ha de tornar
me encontraréis a bordo,
ligero de equipaje
Casi desnudo
como los hijos de la mar
Y pensó que quizá el Flaco tuvo suerte. Que partió rodeado de sus
hijos, en la intimidad de su casa, sin conocer el deterioro de la decrepitud ni
extraviarse en los abismos de un Alzheimer, tras una vida plena de creatividad;
habiendo dejado cientos de composiciones inolvidables, que seguirán abriendo
caminos de luz en el alma humana, por los tiempos de los tiempos.
¿Qué mejor destino podía desear alguien, para sí mismo?
Más aliviado, enjugó sus lágrimas y encendió otro cigarrillo. Y
decidió que, lejos de abismarse en un pozo de tristeza por la muerte del poeta,
era preferible hacerle caso a sus letras de una buena vez. Dedicarse a crear
cosas, escribir, pintar, cocinar, sembrar la tierra, cultivar sanos afectos, lo
que fuere; si es que era cierto aquello de
aunque me fuercen yo nunca voy a decir
que todo tiempo por pasado fue mejor:
¡Mañana es mejor!
Y sí, —pensó— el mañana es mejor, aún sin la luminosa presencia de
Spinetta, aunque duela tanto.
Entonces sintió un revoloteo en derredor suyo, un rápido ¡flap!, y
algo que entraba en él. Encendió el viejo tocadiscos, que aún funcionaba; sacó de
su polvorienta funda el antiguo long play “Durazno sangrando”, y lo puso en el plato
giradiscos.
Luego llevó a pulso la púa hasta
el surco 3 del lado 2; y se dispuso a escuchar, después de tantos años, a su
Dios de Adolescencia, que había vuelto por sus fueros; asustado, acaso, de su propia y repentina cobardía.
Horacio Ricardo Silva
A. Korn, 9 de febrero de 2012
Hermoso, bello..tal vez lo que muchos de esa época querríamos expresar, los mismos sentimientos y los mismos recuerdos...donde la adolescencia valiente, rebelde nos salía por los poros y la poesía del Flaco nos llenaba el alma...
ResponderEliminarGracias por este hermoso texto, que hizo que mi adolescencia volviera por sus fueros, con toda la energia necesaria para VOLAR...
ResponderEliminarTodo esto es tan tuyo como mío, mariposa de alas blancas. Sueña un vuelo nocturno, una brisa en la mejilla, bajo un cielo de Luna-Amor.
Eliminar