Esta breve fábula sobre la tolerancia, escrita por mi entrañable amigo Federico Mare para su hija Ada, no deja lugar a dudas de que nos encontramos ante un nuevo Horacio Quiroga de la literatura infantil.
Hace mucho tiempo, en el valle de Uspallata, antes de que los huarpes se establecieran en él, vivían a la sombra de un algarrobal inmenso tres pequeños tunduques: Xumec, Llahuec y Tamari. Eran grandes amigos, y todos los días, cuando el sol comenzaba a esconderse por detrás de las montañas, salían de su madriguera y se reunían a orillas de un arroyo de aguas cristalinas a jugar y conversar. Cuando estaban juntos, el tiempo volaba como el viento; y cuando se hallaban separados, las horas transcurrían con la lentitud del caracol. Eran los animalitos más felices de todo el bosque, pues mucho era lo que se querían y nadie se divertía tanto como ellos. Hacía bastante tiempo que se conocían, y nunca habían tenido desacuerdos ni discusiones. Les gustaban los mismos juegos, las mismas aventuras, los mismos temas de conversación, las mismas historias de fantasía…
Pero una tarde, mientras merendaban al costado del arroyo, comenzaron a hablar de lo que cada uno creía acerca del valle en el que vivían, y de las plantas y animales que había en él.
—Yo estoy seguro que fue el Rey del Sol, y nadie más que él, quien creó el valle y a todos los seres que lo habitan —afirmó Xumec—. Los creó en un instante, y tal como son ahora. Eso fue hace cinco mil lunas. El gran mago del Cerro Tunduqueral me lo dijo. Lo leyó en el Antiguo Libro que contiene todo lo que el Rey del Sol alguna vez reveló.
—Yo opino lo mismo, porque también creo en el Rey del Sol y en todo lo que enseña el gran mago —dijo Llahuec—.
—Yo no creo que exista en el sol ningún rey, ni que nadie haya creado al valle y a sus moradores —comentó Tamari—. Este lugar que habitamos existió desde siempre, aunque no siempre fue igual. Los tunduques más sabios, que mucho han investigado y estudiado el asunto, dicen que al principio no había montañas, ni arroyos, ni rocas, ni plantas, ni tampoco animales. No había materia, nada que se pudiera ver o tocar. Sólo energía. Y un día la energía se transformó en materia. Y muy lentamente, a lo largo de millones y millones de lunas, se fue formando el valle con sus rocas y arroyos. Y luego aparecieron sus plantas. Y por último sus animales, incluidos nosotros los tunduques.
Tamari, aunque no compartía las creencias de Xumec y Llahuec, las respetaba. Pero Llahuec y Xumec, en cambio, comenzaron desde entonces a hostigar a Tamari por sus ideas, y a burlarse de ellas. No aceptaban que él pensara diferente. Tamari sufría mucho a causa de esa situación, y les pedía a sus dos amigos que fueran tolerantes, tal como él lo era con ellos. Pero Xumec y Llahuec no le hacían caso, y mantuvieron su actitud con el propósito de que Tamari finalmente les diera la razón, negándose a jugar con él.
Una vez, mientras jugaban a las escondidas, Xumec y Llahuec se perdieron. Durante todo el día deambularon por el algarrobal sin poder hallar el lugar donde vivían. De pronto, cuando ya el cansancio y el hambre comenzaban a hacerse sentir, se toparon con un tunduque que no conocían, de nombre Nurum, al que le relataron su problema y le pidieron ayuda. Nurum, que era muy amable y solidario, les prometió que los guiaría de regreso a su hogar no bien repusieran fuerzas, y en el acto los invitó a hospedarse en su tunduquera, donde fueron muy bien recibidos por los otros tunduques.
Para su sorpresa, Xumec y Llahuec descubrieron al cabo de un rato que todos sus anfitriones tenían las mismas ideas que su amigo Tamari. Todos menos Nurum, quien creía fervientemente, al igual que ellos, en el Rey del Sol, y que a causa de ese motivo no la pasaba nada bien. Con gran tristeza vieron cómo el bueno de Nurum sufría al ser discriminado por sus compañeros, y eso los hizo pensar y recapacitar mucho.
—No respetar las creencias de los demás es algo muy malo, porque causa daño a quienes queremos —dijo Xumec—.
—Tienes razón —respondió Llahuec—. Sin darse cuenta, están siendo crueles con Nurum, del mismo modo en que tú y yo lo hemos sido con Tamari.
Los dos amigos hablaron con todos y cada uno de los tunduques que hostigaban a Nurum, y a través del diálogo los hicieron reflexionar. Y desde entonces nadie más en esa tunduquera volvió a ser irrespetuoso con quien piensa diferente a la mayoría. Y así Nurum pudo ser feliz.
Pero ahí no termina esta historia, porque Xumec y Llahuec debían regresar a su propia tunduquera. Y así lo hicieron, porque Nurum cumplió su promesa. Con gran destreza los guió en el viaje de retorno, pues conocía cada rincón del algarrobal como la palma de su mano (¡perdón, de su pata!).
Y no bien llegaron a su tunduquera, Xumec y Llahuec fueron de inmediato a ver a Tamari, y se disculparon con él, puesto que habían comprendido el valor de la tolerancia. Y desde entonces, los tres amigos volvieron a divertirse juntos jugando y charlando todas las tardes, sin dejar que sus diferencias de opinión afectaran en lo más mínimo su feliz amistad.
Cuando hay bondad y la amistad es verdadera,
las diferencias de opinión siempre se respetan.
Federico Mare
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