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jueves, 30 de abril de 2015

HISTORIA DEL 1° DE MAYO: DE JORNADA DE LUCHA, A “FIESTA DEL TRABAJO”

Cartel de convocatoria al acto del 4 de mayo de 1886, redactado en inglés y en alemán.

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ada 1° de Mayo la gente sencilla, trabajadora, se dispone a gozar de un día de descanso; acaso un asado con los amigos, o simplemente quedarse en casa con la familia. Pero la historia de esta fecha universal, es una historia de sangre y dolor; conmemora la lucha por la jornada de ocho horas de trabajo, y el ahorcamiento de aquellos obreros que, en 1887, dieron la vida por conquistar este derecho laboral, que hoy figura en la legislación de casi todos los países del mundo; aunque en pleno siglo XXI, no se aplique para la mayoría de los trabajadores.
Esta historia, que ha sido ocultada y tergiversada a lo largo de más de un siglo, está dedicada a los trabajadores de San Rafael, y —por qué no—del mundo entero.

Origen del 1° de Mayo: Chicago, EEUU, 1886

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as condiciones de explotación laboral en aquella época, eran en verdad inhumanas; tanto en los EEUU como en Argentina, y en todas partes del mundo. Las jornadas de trabajo obligatorias promediaban las 14 o 16 horas diarias, sin vacaciones ni aguinaldos, sin licencias por enfermedad, y con un régimen de días francos sumamente limitados: en el Reglamento de la fábrica de Vasena (1919), por ejemplo, puede leerse en el artículo 4°:

“Serán días feriados, además de los Domingos, los siguientes: Año Nuevo, Navidad, 25 de Mayo y 9 de Julio”.[1]

Con el agravante que, a voluntad del patrón, era obligatorio ir a trabajar algunos domingos y feriados, sin derecho siquiera a percibir el pago de horas extras.
En los EEUU esta situación encontraba una fuerte resistencia en los trabajadores, en especial los de ideología anarquista; que sostenían la necesidad de eliminar la explotación del hombre por el hombre, para dar paso a una sociedad fraternal, donde todos fueran “libres e iguales”, tanto en lo jurídico como en lo económico y social.
Cansados de vivir para trabajar, en lugar de trabajar para vivir, los anarquistas norteamericanos organizaron una gigantesca huelga general por las ocho horas, que comenzó —con todo éxito— el 1° de mayo de 1886: 350.000 trabajadores, pertenecientes a 12.000 fábricas, paralizaron ese día sus tareas.
En la ciudad de Chicago, Estado de Illinois, la huelga encontró una decidida resistencia por parte de las autoridades y de los empresarios industriales: los detectives de la famosa agencia Pinkerton —aquella que existe aún hoy, y que se vanagloria de haber asesinado a Butch Cassidy y Billy the Kid en Bolivia— ametralló sin piedad los concurridos mitines obreros por las ocho horas, con un saldo de decenas de obreros muertos, y cantidad de heridos. Esto provocó, por su parte, la furia de algunos trabajadores, que decidieron por cuenta propia, que ya no iban a ser fusilados impunemente.
El día 4 de mayo se realizó un multitudinario mitin de protesta por los asesinatos, en el concurrido centro comercial Haymarket Square, en la calle Randolph, de la ciudad de Chicago.
El acto se desarrollaba de manera pacífica; y en determinado momento, oscurecieron el cielo negros nubarrones, que presagiaban tormenta. La mayoría de los asistentes al acto se retiraron, quedando solamente los oradores y un grupo de unos 300 hombres, escuchándolos a pesar del mal tiempo.
El reloj daba ya las diez y media de la noche, cuando el capitán William Ward, a cargo de las fuerzas policiales, ordenó disolver el acto, a pesar de que los obreros no habían perturbado el orden público en ningún momento. El orador que hablaba en esos momentos, Samuel Fielden, replicó desde la tribuna: “¿Por qué, capitán? éste es un  mitin pacífico”. No obstante el capitán repitió la orden, a la cual Fielden contestó: “de acuerdo, nos iremos”.
Pero entre el público hubo alguien —nunca se supo quién fue— que decidió enfrentar la prepotencia de aquel miserable oficial de policía, que quizá sólo quería dar por terminado el acto, para volver a su casa tranquilamente a cenar.
En ese instante, cruzó la oscuridad del espacio un cuerpo luminoso, un “demonio silbante” —como le llamaron después, en el juicio— que cayó en las primeras filas de los efectivos policiales, produciendo un estruendo atronador. Era una bomba justiciera, que clamaba por las vidas obreras segadas en los días previos, y por la interrupción autoritaria del mitin obrero.
Tras la violenta explosión, que provocó una herida mortal en el agente Matthias J. Degan, reinó el caos entre las fuerzas policiales; una vez dispada la nube de humo y polvo, los sobrevivientes se dedicaron a ametrallar, si ton ni son, en todas direcciones, haciendo blanco en sus propias filas. Como resultado de este trágico hecho, quedaron tirados en la calle Randolph los cuerpos de unos sesenta policías, siete de los cuales murieron en las horas subsiguientes.
Como consecuencia de estos hechos, las autoridades detuvieron y procesaron a los oradores del mitin, acusándoles del asesinato del agente Degan. En un juicio completamente amañado, sin garantía alguna para los acusados, el Poder Judicial norteamericano condenó a la pena de muerte en la horca al obrero nortemaericano Albert Parsons, y a los trabajadores alemanes George Engel, Adolf Fischer, August Spies y Louis Lingg. Este último consiguió suicidarse en su celda antes de ser ejecutado, para no darle gusto al Estado, de asesinarlo.
Además, se condenó al trabajador inglés Samuel Fielden y al alemán Michael Schwab a cadena perpetua; y al obrero norteamericano Oscar Neebe, a 15 años de trabajos forzados.
Los Mártires de Chicago

El 11 de noviembre de 1887 se ejecutó a los cuatro anarquistas. Las crónicas de época relatan que, al llegar el momento fatal para los condenados, Fisher entonó La Marsellesa, y sus compañeros se le unieron en el canto; que resonó con vibrante eco en las calles de Chicago, y en los corazones de los trabajadores.
La indignación de los trabajadores de todo el mundo por este asesinato de Estado, finalmente se hizo sentir. El Congreso Internacional de trabajadores, celebrado en París en 1889, resolvió organizar “una gran manifestación internacionalcon fecha fija de manera que, en todos los países y ciudades a la vez, el mismo día convenido, los trabajadores intimen a los poderes públicos a reducir legalmente a ocho horas la jornada de trabajo”. La fecha elegida, en honor de los Mártires de Chicago, fue el 1° de mayo de 1890.
La presión obrera se hizo sentir hasta tal punto que, seis años después de los hechos, el gobernador de Illinois accedió a que se revisara el proceso judicial. De esa manera, en 1893 quedó establecido que los ahorcados no habían cometido ningún crimen, y que “habían sido víctimas inocentes de un «error» judicial”. No hubo tal «error»; el Estado necesitó dar un brutal escarmiento a los trabajadores y a los anarquistas, por el delito de rebelarse a la explotación. Y no vaciló en falsear las pruebas necesarias, para conseguir sus fines.

El 1° de Mayo en Argentina


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onforme a lo resuelto por el Congreso Internacional de París, los trabajadores argentinos celebraron un mitin en Buenos Aires, el 1° de mayo de 1890. El acto, al cual concurrieron unos 3.000 obreros, se realizó en el Prado Español; los oradores se dirigieron al público en castellano, italiano, inglés, alemán y francés. Ya entonces, los socialistas criollos —en abierta oposición al espíritu de protesta de la jornada— habían convocado a sus seguidores a concurrir, bajo el lema: “Día de Fiesta Obrera Universal
Pero al año siguiente los anarquistas locales cambiaron el rumbo, volviendo al espíritu original; y convocaron a una huelga general para el 1° de mayo de 1891. Los socialistas decidieron no unirse a la protesta, prefiriendo festejar “el día de la fiesta del trabajo en reuniones particulares”.
Desde entonces, y por cuarenta años más, predominó la prédica anarquista. Basta con leer lo diarios de época, en especial las ediciones del 2 de mayo de cada año, para comprobar la celebración de huelgas generales de protesta, con su secuela de muertos, presos y heridos. Fue particularmente célebre la represión a la huelga del 1° de Mayo de 1909, ejecutada por el coronel Ramón L. Falcón, que costó la vida a ocho obreros; pero que le produjo a él también la muerte, cuando el joven trabajador Simón Radowitzky le arrojó una bomba al paso de su carruaje, en aplicación de la Ley del Talión por los trabajadores asesinados.
Y así fueron pasando los años; cada 1° de Mayo representaba un dolor de cabeza para las autoridades y los empresarios, y una estadía en la cárcel para los trabajadores más testarudos.
Pero no faltaron estadistas que entrevieran una hábil manera de conjurar el problema: para acabar con las huelgas generales, era necesario retomar la idea de los socialistas, y decretar al día como feriado nacional.
 El primer presidente que aplicó este precepto fue el Marcelo T. de Alvear, quien decretó que el 1° de mayo de 1925 sería “día de fiesta en toda la República”. Le siguió en 1930 el presidente Hipólito Yrigoyen, quien también declaró a la fecha como feriado festivo.
Pero en septiembre de ese mismo año, sobrevino el primer golpe de Estado de la historia argentina. Pasados los primeros años de terror —en esa época se inventó y puso en práctica el uso de la picana eléctrica— el movimiento obrero comenzó a levantar nuevamente cabeza; y nuevamente, se retomó la tradición de la huelga general cada 1° de Mayo.
La última de ellas en el país, se celebró el 1° de mayo de 1943. Un mes después, se producía el golpe de Estado que entronizó nuevamente a los militares en el poder; y entre los cuales, descollaba el coronel Juan Domingo Perón, flamante secretario de Trabajo y Previsión.
Desde la Secretaría, el joven oficial inició una política de captación del movimiento obrero, que lo convertiría en el presidente más popular que tuvo la Argentina en toda su historia. Pero en su proyecto no cabían huelgas de ninguna clase; los trabajadores debían subordinarse a su liderazgo paternalista, y olvidar para siempre las “ideologías extranjerizantes” de confrontación con el capítal.
Para ello, el gobierno de facto retomó en 1944 la vieja idea socialista, y la experiencia previa de los gobiernos radicales, a través de un documento del Poder Ejecutivo, que rezaba: “consagrado por tradición universal el 1º de Mayo como día de descanso al trabajo, se declara a esta fecha día de fiesta en toda la República”.
Esta falsificación del significado de la histórica jornada, que echaba tierra sobre el legado de los Mártires de Chicago, fue refrendada por el discurso que ofrecieron el coronel Perón y el general Edelmiro J. Farrel aquel 1° de mayo de 1944, en el que se resaltaba el “carácter argentino” del movimiento obrero, y el repudio por las “ideologías extranjerizantes” que debían erradicarse definitivamente del país.

El peronismo transformó el significado del 1° de Mayo; pero la mayoría de los trabajadores no gozan, en la actualidad, de justas condiciones de trabajo. 

Como se sabe, los acontecimientos que llevaron a Perón a la presidencia de la Nación dividieron la historia del país en un antes y después de él.
En 1954, poco antes de su caída, el Vaticano apoyó a nivel mundial el carácter festivo de la jornada, cuando el papa Pío XII declaró al 1º de Mayo “Día de San José Obrero”.
Tras el derrocamiento de Perón, los golpistas de la “Revolución Libertadora” consideraron oportuno mantener la fecha como feriado, y refrendaron esa decisión en 1956 mediante el decreto-ley N° 2446.
De esa manera se mantuvo el feriado en la legislación argentina, hasta que la dictadura militar de 1976 lo incluyó junto a otros días no laborales, en el decreto-ley Nº 21.329, del 9 de junio del mismo año. Cabe destacar que ese mismo decreto abolía, por omisión, el tradicional feriado de los carnavales.

El 1° de Mayo hoy, en los albores del siglo XXI
 
Para la mayoría de los trabajadores ya no existe trabajo en blanco, vacaciones, aguinaldo, ni obra social .
E
n los párrafos precedentes se ha reseñado el origen de esta fecha histórica, y su posterior tergiversación. A lo largo de más de un siglo, los trabajadores lucharon denodadamente cada 1° de Mayo, por el reconocimiento de sus más elementales derechos; y muchos de ellos, perdieron la vida o la libertad. Pero hoy, en 2015, ¿se han conseguido aquellos anhelos?
Basta una mirada de frente a la realidad, para constatar que esto no es así. Sobre todo en San Rafael, ciudad que pareciera ser la Meca de todo empresario o dueño de un comercio, carente de responsabilidad social.
Las leyes laborales no se respetan prácticamente en ningún gremio del Departamento. El trabajo en negro es la práctica más habitual; el maltrato laboral, está a la orden del día. Las ocho horas legales, apenas si son aplicadas en las dependencias del Estado. Y a nadie se le ocurre la peregrina idea de reclamar lo que le corresponde por ley; el pueblo está lleno de desempleados, que ocuparían su puesto en un abrir y cerrar de ojos, y por un salario sensiblemente menor.
Vale decir, pues, que la lucha de los Mártires de Chicago, a 128 años de su ejecución, no ha terminado todavía. Es de esperar que, algún luminoso día, los trabajadores sanrafaelinos vuelvan a retomar las banderas históricas del 1° de Mayo. No las del asado con partido de fútbol, sino las verdaderas, las reales: las de la lucha contra lo que los anarquistas llamaban, con justicia, “la ignominia de la explotación”. Porque el último acto de este drama, aún no ha sido escrito.♦

 Horacio Ricardo Silva, 30 de abril de 2015.




[1] SILVA, Horacio Ricardo: Días rojos, verano negro. Bs. As., Anarres, 2011. Pág. 79