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lunes, 17 de diciembre de 2012

Una decisión.



Hay un momento en la vida de un hombre, en que debe elegir un nuevo camino, y no limitarse a optar entre los ya transitados.
Pero el momento de la decisión, necesariamente ha ido madurando desde mucho tiempo atrás, como dijera alguna vez Enrique Santos Discépolo:
“Siempre hay un «antes»... Un «antes» que justifica todo lo que puede venir después. Somos jóvenes antes de ser viejos, para justificar el reuma. Nos enamoramos antes de casarnos, cuando lo lógico sería que nos enamorásemos después... Hay, entre el antes y el después, una relación de fuego y ceniza, de tajo y sangre, de grito y llanto. No se conciben separados”.
El “antes” de la decisión, empezó hace medio siglo, en un departamento de Belgrano, en la calle Nahuel Huapí al 2300. Se prolongó durante décadas en el tiempo, en distintos cubículos de concreto y cemento, en la estresante ciudad de Buenos Aires. Nunca un prado verde, nunca una flor silvestre, si se exceptúan las escapadas anuales en época de vacaciones, único momento del año en que el amo deja retozar al esclavo, al menos por unos días.
Pero hubo una oportunidad en que al amo ya no le interesó mantener a su esclavo moderno. Corría el año 1997, y sin el menor asomo de piedad, mandó despachar aquel telegrama, que traía escrito en signos de sangre la condena fulminante, la ejecución sumaria, el despido arbitrario e inapelable.
Tuvieron que pasar nueve años más entre la desolación, la locura y el daño psíquico que conllevan el desempleo, hasta tener el primer asomo de vida, encarnado en la idea de salir del Infierno Porteño para hacer una experiencia piloto: vivir en una zona semirural, no lejos de la gran ciudad, pero tampoco demasiado cerca; en un rancho de madera y chapas, rodeado de un hermoso terreno arbolado, comiendo los frutos de la propia huerta.
El ensayo fue exitoso: se podía vivir en un ambiente algo más puro, pero con ciertas incomodidades, inherentes a la vida semirural. Pero esto no era suficiente. El conurbano bonaerense no deja de ser el área perimetral de la ciudad;  y si bien el stress es menor, también deja su secuela de cumbia distorsionada a todo volumen, gritos de madres que insultan a sus hijos, o alguna eventual batalla entre bandas de jóvenes sin rumbo, que no conocen otro lenguaje que el de la violencia.
El proceso de maduración seguía su curso: había llegado la hora de pegar el Gran Salto, partir hacia el verdadero campo. En el mapa quedó marcada la provincia de Misiones, el pueblo de San Ignacio, donde Horacio Quiroga había escrito lo mejor de su arte literario.
Pero fue entonces, en el año 2012, el Año del Dragón, que una gira para promover el lanzamiento de un libro, habría de cambiarlo todo. Ocurrió en el sur mendocino, en la ignota localidad campesina de Salto de las Rosas —hermoso nombre para dar aquel “Gran Salto”—, distante unos veinte kilómetros de San Rafael.
Allí, entre largas y profundas charlas con la familia Balzano, con atardeceres de mate y bombilla, de cara al Cerro Nevado, hizo su aparición una de las almas más bellas, que hombre alguno haya podido encontrar jamás. Una mujer que soñaba con volar, que amaba al Principito de Saint Exupéry, que podía plasmar la belleza de su alma a través del arte plástico, y que era capaz de conmoverse con una nota musical.
En otras palabras, una mujer que emanaba alegría de vivir; y por la cual uno se daba cuenta que, de ser necesario, valía la pena morir.
Venus y Afrodita, Meztli y Xōchiquetzalli, abrían paso al amor, a través de los ojos de esa mujer única en el mundo, mezcla de sangre mora e italiana, de sugestivo nombre con musicales reminiscencias eslavas; un nombre que se pronuncia despacito, como paladeándolo, y que invita a jugar con él: Sonia, SoniAmor, SoniaCielo, SoniaSueño: SoniaAlas de Libertad.
Fue entonces cuando llegó el momento de tomar una decisión, sobre algo que no estaba previsto. Se trataba de volver a sumergirse en el universo discepoliano, en los insondables abismos del tango “Uno”, para indagar su propio sino... porque, en efecto, uno se había arrastrado entre espinas, por amor, sufriendo y dejando jirones de alma, por un camino ensangrentado. Uno había entregado el corazón, y lo creía perdido para siempre. ¿Sería ya muy tarde para que una mujer como Sonia Balzano, salvara esa esperanza con su amor?
Uno podía elegir replegarse y llorar, “como aquel que sufre en vida / la tortura de llorar / su propia muerte”; pero también podía tener el coraje de amar, y de abrazarse a esa ilusión, por siempre y para siempre.
Y al llegar el momento supremo de la decisión, toda duda desapareció. La magia está allí, en las blancas cumbres nevadas de la Cordillera, y en los brazos amantes de una mujer única en el mundo.
El sábado 22 de diciembre de 2012, al final del año del Dragón, me reuniré con mi destino. Desde entonces, mi vida estará ligada a esa mujer de ensueño, con nombre de suave dulzor: SoniaFlor, SoniAzul, SoniAmor. 

jueves, 13 de diciembre de 2012

Su sonrisa.

María Jesús Rivero / María de los Ángeles (Marita) Verón

   Azota el alma la sonrisa de María Jesús Rivero. Se la ve feliz en aquella fotografía, capturada durante un paseo; parecida a la fotografía de cualquier otra mujer, tomada para eternizar un momento de felicidad; acaso, si se quiere, a la de una de sus víctimas, María de los Ángeles, nuestra Marita Verón.
   Ni un asomo de remordimiento, ni un rictus de piedad desfiguran la belleza de esa sonrisa. Ella, empresaria exitosa, ex dueña de una remisería, extitular de una asociación patronal de remiseros, exvicepresidenta del aguerrido club de fútbol San Martín de Tucumán, no repara en conceptos morales tales como “cuestión de género”, “esclavitud”, o “prostitución forzada”.
   Los negocios bien entendidos, los verdaderos negocios, los que realmente dan amplia rentabilidad y generan poder (y con éste, el miedo de los débiles y el respeto de los fuertes), no se pueden separar de la delincuencia. Ya el inmortal Honoré de Balzac lo había escrito: “Detrás de cada gran fortuna hay un crimen”; y a esta afirmación, la certifican en Argentina varios hechos de público conocimiento.
   Por ejemplo, que cada 2 de septiembre se celebre el Día de la Industria, en homenaje a un contrabando a gran escala de plata del Potosí, oculta entre tejidos y sacos de harina, perpetrado en 1587 por el obispo de Tucumán, Fray Francisco de Vitoria.
   O acaso, más aquí en el tiempo, durante los feroces días de plomo de la última dictadura militar, la existencia de un centro clandestino de detención dentro de la propia planta de la empresa Ford en la localidad de Pacheco, provincia de Buenos Aires; o la probada colaboración entre la oficina de personal de la multinacional Mercedes Benz, en el secuestro y desaparición de los delegados obreros de esa firma.
   “Detrás de cada gran fortuna hay un crimen”. Y los criminales sonríen, porque nada hay más alegre y feliz para un empresario que los negocios prosperen, y con ellos, el disfrute del poder y sus beneficios materiales.
   Que el goce de esa fortuna proviniera del sometimiento y la esclavitud de otras mujeres como ella, nada significa. Que el negocio sea a todas luces ilegal, ninguna importancia tiene. La sonrisa de María Jesús Rivero echa por tierra la idea generalizada de que el maltrato hacia la mujer proviene exclusivamente del hombre, en tanto género, exclusivamente.
   Porque de los trece imputados por la causa de Marita Verón, siete fueron hombres, y seis fueron mujeres. Que todos hayan sido liberados por un tribunal compuesto de tres hombres, que honran al infame Poder Judicial deshonrando a la Justicia, es mera casualidad. El afán de lucro a través de la violencia no es patrimonio exclusivo de los varones. Allá, en las tierras de Albión, lo certifica una dama británica de amargo recuerdo para los mineros ingleses y para el pueblo argentino: Margaret Thatcher, la dama de hierro, la mujer “con manos de pistola y sexo de gillette”.
   Las imágenes de Marita Verón, sonriente, bella, feliz, conmueven el alma. No se sabe dónde está, y ni siquiera si aún continúa con vida. Y sus secuestradores y secuestradoras, a pesar de los abrumadores testimonios en su contra, fueron liberados ayer por un fallo judicial, que llena de oprobio y vergüenza a todo ser humano que conserve un mínimo de sensibilidad.
   María Jesús Rivero, mujer joven y atractiva, empresaria exitosa, se ha liberado de culpa y cargo merced al respeto de los poderosos. Un respeto ganado con la fuerza del dinero. Dinero obtenido en lóbregos burdeles de campaña, amasado en las sudorosas sábanas de las obligadas pupilas, jóvenes arrancadas de sus familias, forzadas a entregarse a la repugnante lascivia de todos aquellos infelices que, en su desesperación por cumplir con un detestable mandato cultural, las alquilan por hora a miserables traficantes de carne humana.
   Azota el alma la sonrisa de María Jesús Rivero. Ella podrá hacer nuevos paseos, y tomar nuevas fotografías. Pero la sonrisa de Marita Verón —y con ella, la de tantas otras mujeres— habrá sido borrada para siempre de sus rostros, en holocausto de un negocio que dibuja sonrisas, en el rostro de hombres y mujeres sin alma.


Horacio Ricardo Silva, XII-XII-012.