El 14 de junio de 1928, hace 85 años, nacía en Rosario Ernesto "Che" Guevara.
En esta breve narración, aparecida en "Relatos de la guerra revolucionaria", se puede apreciar un retrato de Guevara, acaso del área más luminosa de su alma:
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ara las
difíciles condiciones de la Sierra Maestra, era un día de gloria por Agua
Revés, uno de los valles más empinados e intrincados en la cuenca del Turquino,
seguíamos pacientemente la tropa de Sánchez Mosquera; el empecinado asesino
dejaba un rastro de ranchos quemados, de tristeza hosca por toda la región pero
su camino lo llevaba necesariamente a subir por uno de los dos o tres puntos de
la sierra donde debía atacar Camilo. Podía ser en el firme de la Nevada o
en lo que nosotros llamábamos el firme “del cojo”, ahora llamado “del muerto”.
Camilo había
salido apresuradamente con unos doce hombres, parte de su vanguardia, y ese
escaso número debía repartirse en tres lugares diferentes para detener una
columna de ciento y pico de soldados. La misión mía era caer por las espaldas
de Sánchez Mosquera y cercarlo. Nuestro afán fundamental era el cerco, por eso
seguíamos con mucha paciencia y a distancia las tribulaciones de los bohíos que
ardían entre las llamas de la retaguardia enemiga; estábamos lejos, pero se
oían los gritos de las guardias. No sabíamos cuántos de ellos habría en total.
Nuestra columna iba caminando dificultosamente por las laderas, mientras en lo
hondo del estrecho valle avanzaba el enemigo.
Todo hubiera
estado perfecto si no hubiera sido por la nueva mascota: era un pequeño perrito
de caza, de pocas semanas de nacido. A pesar de las reiteradas veces en que
Félix lo conminó a volver a nuestro centro de operaciones, una casa donde
quedaban los cocineros, el cachorro siguió detrás de la columna. En esa zona
dela Sierra Maestra, cruzar por las laderas resulta sumamente dificultoso por
la falta de senderos. Pasamos una difícil “pelúa”, un lugar donde los viejos
árboles de la “tumba” -árboles muertos estaban tapados por la nueva
vegetación que había crecido y el paso se hacía sumamente trabajoso; saltábamos
entre troncos y matorrales tratando de no perder el contacto con nuestros
huéspedes.
La pequeña
columna marchaba con el silencio de estos casos, sin que apenas una rama rota
quebrara el murmullo habitual del monte. Éste se turbó de pronto por los
ladridos desconsolados y nerviosos del perrito. Se había quedado atrás y
ladraba desesperadamente llamando a sus amos para que lo ayudaran en el difícil
trance. Alguien pasó al animalito y otra vez seguimos; pero cuando estábamos
descansando en lo hondo de un arroyo con un vigía atisbando los movimientos de
la hueste enemiga, volvió el perro a lanzar sus histéricos aullidos; ya no se
conformaba con ladrar, tenía miedo de que lo dejaran y ladraba desesperadamente.
Recuerdo mi orden tajante: “Félix ese perro no da un aullido más, tú te
encargas de hacerlo. Ahórcalo. No puede volver a ladrar”. Félix me miró con
unos ojos que no decían nada. Entre toda la tropa extenuada, como haciendo el
centro del círculo, estaban él y el perrito. Con toda lentitud saco una soga,
la ciñó al cuello del animalito y empezó a apretarlo. Los cariñosos movimientos
de su cola se volvieron convulsos de pronto, para ir poco a poco extinguiéndose
al compás de un quejido muy fino que podía burlar el circulo atenazante de la
garganta. No sé cuánto tiempo fue, pero a todos nos pareció muy largo el lapso
pasado hasta el fin. El cachorro, tras un último movimiento nervioso, dejó de
debatirse. Quedó allí, esmirriado, doblada su cabecita sobre las ramas del
monte.
Seguimos la
marcha sin comentar siquiera el incidente. La tropa de Sánchez Mosquera nos
había tomado alguna delantera y poco después se oían unos tiros; rápidamente
bajamos la ladera, buscando entre las dificultades del terreno el mejor camino
para llegar a la retaguardia; sabíamos que Camilo había actuado. Nos demoró
bastante llegar a la última casa antes de la subida; íbamos con muchas
precauciones, imaginando a cada momento encontrar al enemigo. El tiroteo había
sido nutrido pero no había durado mucho, todos estábamos en tensa expectativa.
La última casa estaba abandonada también. Ni rastro de la soldadera. Dos
exploradores subieron el firme “del cojo”, y al rato volvían con la noticia:
“Arriba había una tumba. La abrimos y encontramos un casquito enterrado”.
Traían también los papeles de la víctima hallados en los bolsillos de su
camisa. Había habido lucha y una muerte. El muerto era de ellos, pero no
sabíamos nada más.
Volvimos
desalentados, lentamente. Dos exploraciones mostraban un gran rastro de pasos,
para ambos lados del firme dela Maestra, pero nada más. Se hizo lento el
regreso, ya por el camino del valle.
Llegamos por la
noche a una casa, también vacía; era en el caserío de Mar Verde, y allí pudimos
descansar. Pronto cocinaron un puerco y algunas yucas y al rato estaba la
comida. Alguien cantaba una tonada con una guitarra, pues las casas campesinas
se abandonaban de pronto con todos sus enseres dentro.
No sé si sería
sentimental la tonada, o si fue la noche, o el cansancio... Lo cierto es que
Félix, que comía sentado en el suelo, dejó un hueso. Un perro de la casa vino
mansamente y lo cogió. Félix le puso la mano en la cabeza, el perro lo miró,
Félix lo miró a su vez y nos cruzamos algo así como una mirada culpable. Quedamos
repentinamente en silencio. Entre nosotros hubo una conmoción imperceptible.
Junto a todos, con mirada mansa, picaresca con algo de reproche, aunque
observándonos a través de otro perro, estaba el cachorro asesinado.
¡Que bonita y triste historia... Tan bondadoso que era el Che, sin siquiera él mismo saberlo!
ResponderEliminarEl leerlo, siempre, me produce una sensación de ojos cristalinos sin llegar a derramar gotas de sincero sentimiento... Sin duda, uno de sus mejores relatos.
Muchas gracias, Sergio, por tus palabras; a mí me produce la misma sensación la lectura de sus relatos, y éste más aún en particular. Un cordial saludo en el recuerdo de este gran hombre.
ResponderEliminarGrande el Ché Guevara, siempre con sus escritos memorables. Cuanta sensibilidad humana en sus palabras.
ResponderEliminarGracias por su comentario, con el cual concuerdo plenamente; un cordial saludo.
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