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n 1968, el
cineasta británico Stanley Kubrick filmó una alucinante película que, con el
tiempo, se convertiría en un clásico del cine mundial: 2001, a Space Odyssey. En dicho film, los astronautas de la nave Discovery 1 deben luchar por sus vidas
contra la computadora HAL 9000; la cual intenta matar a la tripulación —y en
ella a sus creadores, los seres humanos— después de asumirse a sí misma como
una entidad autónoma.
En Argentina, los seres humanos crean a sus presidentes mediante el
sufragio universal. Pero cuando éstos asumen, se asumen también como entidades
autónomas; se divorcian del pueblo que los votó, y aplican políticas económicas
que provocan víctimas letales, en los estratos más desprotegidos de la población.
Así ocurrió con Fernando de la Rúa, en 2001; y así podría ocurrir
también con el actual presidente, Mauricio Macri, cuya trayectoria y visión
política promete remedar aquel infierno.
En los combates del 19 y 20 de diciembre de 2001, el pueblo logró
derrocar a la tiranía del presidente De la Rúa; y al grito de “que se vayan todos; que no quede ni uno solo”,
hundió a las clases privilegiadas del país en una pavorosa crisis
institucional, de la cual les costó ingentes esfuerzos recuperarse.
Hoy se cumplen catorce años de aquella heroica gesta popular, cuyo
triunfo costó las preciosas vidas de 39 manifestantes, y la sangre de unos
cuatro centenares de heridos en toda la región.
A continuación, un recuerdo de aquellos combates, que conviene
mantener frescos en la memoria, por si fuere necesario reeditarlos en esta
segunda década del siglo XXI.
Horacio Ricardo Silva, 19
de diciembre de 2015.
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staba en su
departamento de la calle Yatay, en el tanguero barrio de Almagro, cavilando
sobre cómo iba a hacer para conseguir trabajo de una maldita vez —con 42 años
de edad, el mercado laboral lo había relegado a la categoría de obsoleto—,
cuando empezó a sentir el ruido.
Primero fue un murmullo audible apenas, que luego fue creciendo
hasta convertirse en un estrépito, como de tachos batidos con frenesí. Se
vistió apresuradamente y bajó hasta la calle para ver qué ocurría: en la
esquina de avenida Corrientes, en lugar del tránsito vehicular de siempre,
ardían dos pilas de neumáticos incendiados, alumbrando la noche; y entre la
negra humareda, se veían pasar cantidad de pequeños grupos de gente, golpeando
ollas y cacerolas, caminando por la ancha calzada hacia el centro de la ciudad.
Había algo de mágico e hipnótico en aquella marea humana. No era una
marcha de protesta convencional; no había banderas, gritos, cantos ni
consignas. Sólo la gente que caminaba, en silencio, castigando con tapas y
cucharones sus ya abollados utensilios de cocina. Fascinado por aquel hechizo
colectivo se unió a la multitud, sin saber adónde iba, ni para qué.
A lo largo del trayecto se repetía, cada dos o tres cuadras, el
espectáculo de las gomas quemadas echando humo; y en cada esquina, vio cómo se
incorporaban a la misteriosa procesión nuevos grupos familiares y gente suelta
como él, todos equipados con improvisados instrumentos de percusión.
La caminata fue larga; pero sus piernas no sintieron las 45 cuadras
de marcha, subyugado como estaba por aquel encantamiento social. Al llegar a la
Casa Rosada, las palmeras de la Plaza de Mayo ardían como gigantescas
antorchas, alumbrando lo que parecía ser un ritual de aquelarre.
[1] La reconstrucción de los hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001 se
ha realizado en base a los diarios Página 12 y Clarín, y a los recuerdos
personales del autor.
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Palmeras ardiendo en Plaza de Mayo la
noche del 19-12-2001 (Click
sobre fotos para ampliar).
Poco antes de la medianoche, una verdadera muchedumbre
ingresaba interminablemente a la Plaza por las diagonales y Avenida de Mayo.[1]
Allí se enteró del por qué de la pueblada: el presidente Fernando de
la Rúa había anunciado pot televisión, a las 22.41 hs., que había decretado el
Estado de Sitio en todo el territorio nacional. Claro, él no se había enterado
porque hacía tiempo que tenía su aparato descompuesto, y no tenía dinero para
hacerlo reparar. Sabía, sí, de los saqueos a supermercados que la gente humilde
venía efectuando en casi todo el país, ingresando a los locales como una marea
incontenible, y dejando vacías en contados minutos las góndolas de los
negocios.
El ambiente era pacífico; casi festivo, se podía decir. Alguien
empezó a gritar insultos contra el superministro Domingo Cavallo; otro comenzó
a denostar al presidente De la Rúa, y un tercero aportó lo suyo recordando a la
madre del expresidente Carlos Menem. La multitud se sumó y surgieron las
primeras consignas: “¡Que se vayan, que se vayan!”, las cuales “poco a poco se fueron haciendo más ingeniosas y complejas. “Qué boludos,
qué boludos, el estado de sitio, se lo meten en el culo” o “Borombombón,
borombombón, el que no salta es un ladrón” y siguieron “Si éste no es el pueblo,
el pueblo dónde está” o la vieja “¡El pueblo, unido, jamás será vencido!” que
era rematado por un estentóreo “¡Argentina!” “¡Argentina!”.[2]
Promediando la noche, emprendió el regreso a pie al departamento de
la calle Yatay. En ese momento estaba lejos de imaginar que, al día siguiente,
estallaría una insurrección en Buenos Aires; y mucho menos, que él mismo sería
uno de los combatientes de la Batalla de Plaza de Mayo y del Combate del
Obelisco.
2. Jueves 20 de diciembre: el día en que el cielo se vino
abajo.
os largos años
de aplicación de las recetas económicas del FMI (Fondo Monetario Internacional)
en la Argentina, finalmente habían logrado exasperar a la población, cuya
situación anímica había llegado a un extremo de tensión insoportable. A la desocupación
crónica de los trabajadores, se le sumó una serie de medidas económicas de una
prepotencia jamás vista antes en el país: los asalariados no podían retirar
todo su sueldo de los bancos, y los ahorristas veían virtualmente confiscada la
mayor parte de sus depósitos en divisas: sólo podían retirar una cantidad
mínima, y esto, en una moneda nacional con el valor sensiblemente depreciado.
Tras la pueblada del día anterior —un caso inédito en Argentina de
desobediencia civil de masas— el ministro Cavallo, responsable de las medidas
económicas confiscatorias, se vio obligado a renunciar, tras perder el respaldo
político del stablishment.
No obstante, ya era tarde para volver a encamisar las tensiones
sociales liberadas. Un pavoroso Maëlstrom[3]
social se había desatado en Buenos Aires, como no se había visto desde los
luctuosos sucesos de otro verano porteño, el de la Semana Trágica de enero de
1919.
[3] Gigantesco y vertiginoso remolino del Mar de Noruega, antaño muy
peligroso para la navegación, que inspirara a Edgard Allan Poe su famoso cuento
Un descenso al Maëlstrom.
Barricada
sobre Diagonal Norte, 20-12-2001.
La Batalla de Plaza de
Mayo
l amanecer encontró
en ese sitio histórico a medio centenar de personas, militantes de diversas
fuerzas políticas, que se habían quedado allí desde la noche anterior. En el
transcurso de la mañana, fueron llegando al lugar un grupo de adictos al
militar “carapintada”[1]
Seineldín, y las Madres de Plaza de Mayo, acompañadas por jóvenes militantes de
derechos humanos. La policía inició entonces una carga sobre ellos, logrando
desalojarlos de la Plaza.
[1] Los “Carapintada” eran
grupos de militares pertenecientes al Ejército Argentino, que protagonizaron
sublevaciones armadas durante los gobiernos de Raúl Alfonsín (1987) y Carlos
Menem (1990), en demanda de mejoras económicas y de obtener salvoconductos
legales para evadir su responsabilidad en la sangrienta represión de la última dictadura
militar (1976-1983). Se los conocía por ese apelativo, debido a que salieron a
la calle en uniforme de combate, y con el rostro camuflado, o “pintado”.
Represión
a las Madres de Plaza de Mayo, 20-12-2001.
acia el
mediodía, Las Madres regresaron a ocupar su posición; era jueves, el día en que
realizaban su tradicional ronda alrededor de la Pirámide. Convergieron con
ellas una miríada de empleados y empleadas de la zona, que salían de la oficina
en el horario de almuerzo; las consignas de la noche anterior se volvieron a
escuchar, y fueron coreadas con entusiasmo por todos: Madres, jóvenes,
jubilados, y hasta por los serios hombres de traje y maletín, y las chicas de
elegantes minifaldas.
La batalla comenzó en ese momento, cuando una avanzada de caballería
atropelló brutalmente a los manifestantes, golpeando con sus látigos a diestra
y siniestra; la imagen parecía sacada de una antigua película de Serguei
Eisenstein, o de un documental sobre la última dictadura militar.
Las cámaras de televisión transmitieron en directo cómo la Policía
Montada golpeaba salvajemente a las Madres de Plaza de Mayo, y las pisoteaba
con los cascos de sus caballos, todos envueltos en una densa nube de gases
lacrimógenos; esa imagen arrancó de sus hogares a centenares y miles de
personas en toda la ciudad y sus alrededores, que concurrieron al lugar
dispuestos a protestar contra semejante brutalidad.
Los manifestantes se dispersaron, y las Madres se replegaron. La
Policía acordonó entonces con vallas el perímetro de la Plaza, y desde ese
momento y por durante siete largas horas, nutridos grupos de manifestantes
pugnaron por recuperarla; avanzando y arrojando palos y piedras, para luego
replegarse ante los cartuchos de gas —que devolvían de una certera patada en
dirección a los uniformados— y las balas
de goma antitumulto (AT).
Sobre el pavimento, piedras arrojadas sobre la policía, un cartucho
policial, y un elocuente cartel.
Luego de armar barricadas con tachos de basura incendiados —el fuego
dispersa los gases—, de refrescarse con limón y de taparse la cara con la
propia remera mojada—el agua era provista por los vecinos u obtenida de los
grifos en la calle—, los manifestantes volvían a cargar tenazmente sobre los
uniformados, en una suerte de ballet bélico que duró toda la tarde, y que se
extendió a las adyacencias de la Plaza de Mayo, Congreso, y el Obelisco.
Combatientes
anónimos defendiendo una barricada.
La Batalla del Congreso
dénticas
imágenes como las descriptas más arriba, se sucedieron a partir de las 14 hs.
frente al Congreso de la Nación, cuando una carga policial se abalanzó sobre
una columna de partidos políticos de izquierda que iniciaba su marcha en
dirección a Plaza de Mayo; volaron piedras, palos y adoquines, y se armaron
barricadas con basura y los bancos de la plaza.
Los ómnibus y automóviles que circulaban por allí quedaron atrapados
entre las dos fuerzas beligerantes; con estupor, conductores y pasajeros veían
cómo los piedrazos y las granadas de gas volaban por encima de sus vehículos.
Un grupo de manifestantes se desprendió del campo de batalla, y
procedió a atacar el local central de la Unión Cívica Radical, partido de
gobierno al que pertenecía el presidente De la Rúa.
Lsa hostilidades, entre avances y repliegues, fueron sostenidas por
ambos bandos y no terminó hasta el anochecer de aquel día agitado.
El Combate del Obelisco
tro nutrido
núcleo combatiente, conformado por grupos replegados de la Batalla de Plaza de
Mayo y por recién llegados con ansias de combatir, tomó en las primeras horas
de la tarde la zona del Obelisco, en la confluencia de las avenidas Corrientes
y 9 de Julio.
Su primera acción bélica fue el ataque al local de la cadena Mc
Donald’s, de donde se extrajeron bolsas enteras de agua mineral, de pan y de
queso para hamburguesas, abiertas y distribuidas rápidamente de mano en mano, y
con las cuales se preparó un improvisado rancho; a nadie se le ocurrió asaltar
las cajas en busca del dinero de la empresa norteamericana.
Cuando llegaron los efectivos policiales, los manifestantes cruzaron
la ancha avenida 9 de Julio —en medio de la cual se halla la Plaza de la
República— y atacaron el local de la empresa de correo privado OCA,
destrozándolo por completo y prendiéndole fuego a cuatro camionetas de la
firma, las que quedaron ardiendo en la calle.[1]
[1] La empresa OCA se suele
sindicar como perteneciente al desaparecido empresario Alfredo Yabrán, quien
tenía importantes vínculos con el poder, y que había sido denunciado como
narcotraficante por el entonces ministro Cavallo. Asimismo, en el imaginario
popular se responsabiliza a Yabrán por el crimen del fotógrafo José Luis
Cabezas, en 1997. Esta imagen negativa podría explicar la saña con que fue
atacado el local de la empresa.
Camioneta
de OCA ardiendo durante el Combate del Obelisco.
Mientras la policía se hacía fuerte a la vera de Mc Donald’s,
acantonada detrás de sus carros de asalto, los combatientes se desplegaban en
grupos en las inmediaciones de la plaza.
El Combate del Obelisco fue, de todos, el que más se pareció a un
enfrentamiento militar. Ambos bandos mantenían posiciones fijas. Las cargas de
los manifestantes, cruzando a la carrera la plaza de la República para atacar a
las fuerzas policiales en medio de una lluvia de palos y piedras, al grito de “¡Vaaamoooooos!”,
semejaba a un asalto de trincheras en la I Guerra Mundial.
Fue también el único
enfrentamiento en el cual la policía se mantuvo atrincherada en su posición,
sin salir al asalto de su enemigo, limitándose a rechazar las cargas de los
manifestantes con gases y balas.
Entrada en combate de un
regimiento de caballería popular
acia la
mediatarde medio centenar de motoqueros afiliados al SIMeCa[1],
montando sus poderosas motocicletas, hicieron su aparición desplegándose por
todo el teatro de operaciones, siendo recibidos con aplausos y vítores por los
manifestantes.
Su imagen tenía algo de épico: las motos, tripuladas de a dos, con
la bandera argentina desplegada al viento, cargaban su rugiente furia sobre la
Policía Montada, poniéndola en fuga; recorrían las calles alertando a los
manifestantes sobre el movimiento de las fuerzas enemigas; repartían aquí y
allá agua y limones con que soportar el escozor de los gases; o apedreaban a la
infantería, desapareciendo velozmente al terminarse la munición.
[1] Sindicato Independiente
de Mensajeros y Cadetes, por entonces una joven organización gremial aún no
reconocida por el Estado, que nuclea a “motoqueros” (mensajeros en moto), y
repartidores de delivery.
Caballería
popular ocupando el Obelisco.
Su llegada era vista, igual que en las viejas películas del Oeste,
como la aparición del 7º de Caballería; pero no se vive la rebelión impunemente,
de cara a la represión. En una arremetida de esta auténtica caballería popular,
sobre policías que retrocedían en avenida de Mayo y Tacuarí, uno de ellos hizo
rodilla en tierra y disparó su arma, matando al joven motoquero Gastón Rivas,
quien cayó de su moto en marcha, para quedar tendido en el pavimento. En su
bolso quedaban el handy encendido, y la correspondencia que no llegó a entregar
jamás.[1]
Cese de las hostilidades –
la caída del gobierno
n esos momentos,
el presidente De la Rúa volvía a hablar por televisión, pidiéndole a la
oposición peronista “que ofreciera una
respuesta para armar un esquema de coalición, que hiciera frente a la
crisis”. La respuesta le llegó casi de inmediato a su jefe de gabinete,
Chrystian Colombo: “No, Chrystian... Me
parece que ya es tarde para probar con algo así”.[2]
Los informes eran contundentes: la batalla continuaba con mayor
ardor en las calles, y los saqueos de negocios seguían produciéndose en todo el
país. Triste, solitario y final, abandonado de todos y por todos, repudiado por
la aplastante mayoría del pueblo argentino, De la Rúa firmó su renuncia a las
19.45 hs. de ese caluroso jueves 20 de diciembre de 2001.
[1] El SIMeCa decidió fijar el 20 de diciembre como “Día del Mensajero”,
en homenaje a Rivas. Años después, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
declararía oficialmente la fecha por ley 1851, en reconocimiento a la destacada
acción desplegada por los motoqueros en esa fecha crucial.
[2] GONZALEZ, Fernando: De la Rúa
renunció, cercado por la crisis y sin respaldo político. En Clarín,
21-12-2001.
El ex
presidente De la Rúa abandona la Casa Rosada en helicóptero. Eran las 19.52
horas del jueves 20 de diciembre de 2001.
El costo de la victoria fue muy alto: 39 manifestantes muertos y
unos cuatrocientos heridos en todo el país. Al día siguiente, los diarios
reproducían una declaración de la norteamericana Anne Krueger: “El FMI no tiene
la culpa por los problemas argentinos”.[1]
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Epílogo (ma non troppo)
Hoy, 19 de diciembre de 2015, Argentina se encuentra gobernada por
un presidente que enarbola los mismos principios económicos que el ex ministro
Cavallo. Será cuestión, entonces, de que los afectados por estas políticas,
sepan levantar —cuando llegue el momento— las banderas de los insurrectos de
2001. Pero con un grado mayor de organización; para que esta vez, y de una vez
y para siempre, se haga realidad aquel que se
vayan todos / y que no quede ni uno solo.♠
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