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lunes, 24 de marzo de 2014

Postales del 24 de marzo de 2004 en la ESMA I:

1. Una recorrida por el infierno de Dante

“¿No sabés en qué edificio torturaban a los detenidos?” El hombre, de tez y rasgos aymaráes, miró sorprendido; hacía un largo rato que recorría las instalaciones de la ESMA, sin atreverse a entrar en ese lugar. “Como caído del cielo”, pensó. Y acto seguido, respondió: “Sí,  es en el Casino de Oficiales. Vení que te muestro dónde está”.




Así, animado por la imprevista compañía –entrar solo era demasiado fuerte para él—, el hombre contó, mientras se deslizaban dos gruesas lágrimas  por debajo de sus anteojos, que perdió a su hermano en ese lugar. Ante la pregunta de qué clase de sentimientos estaba experimentando, la respuesta fue tajante: “Odio”.
El casino de oficiales es un hermoso edificio de varias plantas, situado en el extremo noreste del predio –más cercano a la avenida General Paz y al Río de la Plata-, y fue el sitio elegido por los grupos de tareas de la Armada para alojar y torturar a los desaparecidos bajo su jurisdicción.
Al terminar el discurso del presidente Néstor Kirchner, gran cantidad de gente ingresó en el recinto, con una gravedad que conmovía. Nadie hablaba en voz alta, excepto los sobrevivientes que explicaban detalles de cómo lucía el lugar 28 años atrás: “Este altillo era `Capuchita’; aquellas ventanas estaban pintadas de azul; debajo de este tanque de agua tenían algunos  prisioneros, encadenados a la tubería”.
Sobre la pared del tanque, alguien graficó en dos palabras el sentimiento generalizado:

QUÉ HORROR

El director de cine de la Universidad de La Plata, Pablo Torello, no perdía detalle: estaba haciendo tomas para ampliar su film documental “Playas del silencio, historias de aparecidos”, basado en la aparición de cadáveres atados y amordazados en la costa atlántica.
Muchos familiares de desaparecidos, a falta de una tumba donde recordar a sus seres queridos, se sentían un poco más cerca de ellos al acercarse a este lugar, donde sus cuerpos aún con vida, pasaron sus últimos y terribles momentos.
Bajando la escalera podía verse a un muchacho de unos veinte años, con el rostro descompuesto por el dolor, sostenido por su compañera; “es hijo de un desaparecido”, susurró una voz queda.
Otro joven, de cerca de treinta, decía de su familiar: “Yo ni siquiera tuve la suerte de saber adónde lo llevaron; todo lo que sé es que lo secuestraron en La Plata”
Escenas similares se veían en el nivel siguiente, donde funcionaron las llamadas “Capucha” y “Pecera”. La primera cumplía idéntica función que “Capuchita”; y la segunda, era una habitación donde se forzaba a los detenidos a colaborar con sus captores en la escritura de un texto sobre la historia del movimiento obrero, y en la falsificación de todo tipo de documentación oficial: DNI, pasaportes, licencias de conducir. Ambas tareas eran funcionales al proyecto político de Emilio Eduardo Massera, señor de la vida y la muerte en la ESMA, y aspirante a suceder al peronismo cuando sonara el toque de retirada para el proceso militar.
Hoy, rodeado del repudio de sus conciudadanos, el ex almirante cumple arresto domiciliario, acusado de gravísimas violaciones a los derechos humanos, entre ellas el robo de bebés nacidos en cautiverio.
Un sencillo recorrido por el edificio puede arrojar alguna luz sobre la estructura psíquica de los marinos argentinos, y de su escala ética de valores.
Los dormitorios son llamados “camarotes”, así como los consultorios médicos en el Hospital Naval de Parque Centenario fueron bautizados “baterías”.
En los pasillos, grandes carteles alertan sobre la necesidad de ahorrar electricidad, y de mantener “apagadas las luces innecesarias”; leyenda que trae funestas reminiscencias sobre el uso dado en ese lugar a la energía eléctrica.
A simple vista, se desprende que cualquier ruido fuerte debía ser escuchado en todo el ámbito del casino; es curioso pensar cómo esas personas podían cenar y descansar, oyendo los gritos de dolor arrancados durante las sesiones de tortura, mediante la picana eléctrica
La Armada es muy celosa de las jerarquías; los dormitorios destinados a los oficiales se destacan por la buena madera en que están hechas las camas –los aspirantes tenían cuchetas metálicas- y la prolija e inmensa cajonera que lucen sus placards.
Se destaca también la importancia que dan los marinos a la higiene: tiene al menos cuatro baños por piso, todos con sus respectivas duchas. Queda claro, de todos modos, que esta obsesión por la limpieza no alcanzaba a los detenidos, quienes carecían de las más elementales condiciones sanitarias.
La evacuación del edificio debió haberse hecho en forma desordenada: podían encontrarse aún paquetes de yerba por la mitad, con sus respectivos mate y bombilla; uniformes navales colgados del ropero; gran cantidad de ropa de cama, colchones y mantas; vajilla con el logo de la Armada, y muchos elementos de limpieza. Pero lo que menos se esperaba hallar eran un muñeco de peluche y un afiche de Tribilín y el Ratón Mickey.
En la planta baja está el comedor, donde todavía se podían hallar unos coquetos sobres de tela, de forma cuadrangular, cada uno con el nombre del oficial correspondiente. Dentro del sobre, una servilleta. Este hallazgo motivó un ácido comentario de un joven visitante: “Hasta para eso son cuadrados estos milicos”.
En las garitas de guardia, los marinos llevaban las aburridas noches de centinela, dejando constancia de sus amores: “Edith y Rau; Verónica te amo; Juan y Silvia, 11/11/93; Andrea-Ferdy” Nuevamente la aguda sensación que provoca el desfasaje entre la carencia de un valor ético principal, la vida, y estas muestras de humanidad. Las inscripciones lucen a escasos diez metros del principal campo de concentración de la Argentina.
En las prolijas y pavimentadas calles, señalizadas con nombres de marinos, un visitante pegó –en la denominada Ezquerra- un cartel con la fotografía de Susana Rosa Smiles, cuya leyenda dice: “Secuestrada y desaparecida el 7/12/77”
Más allá, en una batería antiaérea puesta de adorno en los jardines, alguien colocó dentro de la boca del cañón una flor roja, de las muchas que abundan allí.
Tanto como para volver a la realidad, la ex Jefatura ostenta un imponente mensaje para que a nadie le queden dudas de cuál es el verdadero espíritu militar: “LEALTAD Y EFICIENCIA”. No hay espacio para flores, ni para el pensamiento crítico.
En el mismo edificio, la gente revuelve toda la papelería que, en completo desorden, quedó tirada en el piso. No hay nerviosismo; sólo una profunda concentración en la lectura de planillas de exámenes, fichas de estudio –algunas de las cuales revelan el interés de los marinos en conocer textos básicos del marxismo- y hojas de calificaciones, buscando allí la clave para comprender lo que pasó hace 28 años en ese lugar. Una adolescente, sentada en Buda en el piso, con una pila de papeles por leer a su derecha y otra pila leída a su izquierda, explica que busca “papeles de 1976, porque me interesa muchísimo
Los menos, gente en evidente situación marginal, metían en unas cajas algunos pequeños útiles de oficina; otro, tras romper prolijamente el marco de un cuadro, se llevaba un dibujo de un velero en alta mar.
Una puerta cerrada con llave lucía su vidrio roto, al parecer en un intento de penetrar allí para desentrañar este oscuro pasado. La imagen motivó la histeria de una periodista de Canal 9, que al grito de “¡Están destrozando todo!” obligó a su camarógrafo a grabarla. La imagen fue concienzudamente reproducida por el canal de Daniel Hadad en la edición de esa misma noche.
Ajena a todo, una adolescente dibujaba en la pared flores, tallos y raíces. Al pie de su obra, escribió: “QUE VIVA LA VIDA. VASTA DE ESTO”
“Vasta de esto”. Sí, ya basta. Fue más que suficiente, esta recorrida por los siete círculos del Infierno de Dante.

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