2. El hombre que no se atrevió a romper
el candado
Los visitantes
pudieron ingresar libremente a todo el predio de la ESMA, que mantenía cerradas
con llaves las puertas de todos sus edificios, excepto quizá el del casino de
oficiales, donde funcionó el campo de concentración más importante del Proceso
militar.
Tímidamente
primero, más desenvueltas después, miles de personas recorrieron las
instalaciones, ante la total ausencia de cualquier autoridad militar o
policial, de uniforme o civil.
En el casino,
la puerta de acceso a “Capucha” y “Capuchita” fue derribada a empujones por un
joven fornido, quien consideró que de ninguna manera podía vedarse el acceso a
aquel lugar.
Quienes
buscaban ingresar al sótano del edificio, donde también fueron alojados algunos
desaparecidos, tenían dificultades para hallarlo; hasta que alguien señaló una
puerta de hierro en el exterior del mismo, cerrada con un grueso candado de la
Armada, con un cartel que rezaba: “LLAVE EN PODER DEL FOURRIEL DE GUARDIA”.
A las cuatro
de la tarde, el lugar estaba siendo recorrido por infinidad de personas. Entre
ellas un hombre que, tomando un fierro, señaló a los presentes el candado, como
pidiendo aprobación para abrirlo.
En los rostros
de los demás se notaba deseo de que así ocurriera, pero nadie se atrevía a
decir palabra.
Hasta que una
señora joven, muy bien vestida, con aire de funcionaria y celular en la mano,
intervino para decir “¿Qué esperan,
encontrar algo ahí? Dejemos que se haga cargo el Estado, hagamos las cosas
bien…”
El hombre murmuró despectivamente: “El Estado…” Pero no se atrevió a romper el candado. La recóndita
sensación de estar profanando una tumba, o un cementerio, fue más poderosa que
su indignación.
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