3. La paradoja de las avenidas
Desde las
ventanas de “Capuchita” pueden verse, hacia el río, el terraplén del
Ferrocarril General Belgrano y la avenida Leopoldo Lugones.
Esta última
recuerda al escritor argentino, autor de “La Guerra Gaucha”, quien frecuentara
en su juventud los círculos socialistas, y la amistad de artistas como Horacio
Quiroga. Hasta que en 1924, en un acto en que fustigó a la democracia, “fatalmente derivada hacia la demagogia o el
socialismo”, dio apoyo intelectual a lo que sería la primera dictadura
militar del siglo XX, proclamando desde Lima que “había sonado la hora de la espada”.
Trece años
después, al enterarse de que Quiroga había ingerido cianuro para librarse de
una dolorosa enfermedad terminal, sólo dedicó para él las siguientes palabras:
“Ha muerto como una sirvienta”, en
alusión a que la gente sencilla de entonces elegía ese veneno, por conseguirse
a bajo precio en las ferreterías.
Sin embargo,
esta circunstancia no fue un obstáculo para que él mismo bebiera la proletaria
muerte, mezclada en un whisky, en un recreo del Tigre.
Su hijo
Leopoldo “Polo” Lugones, comisario de la Policía de la Capital, tuvo el dudoso
mérito de ser el inventor de la picana eléctrica, que tanto y tan cruelmente
fue aplicada en la ESMA.
La picana, un
invento tan argentino como la birome, el colectivo o el dulce de leche.
Máquina
infernal utilizada también, a finales de los ’70, sobre el cuerpo indefenso de
su propia hija, la periodista y militante montonera Susana Pirí Lugones, nieta del escritor de “La hora de la espada”.
Hacia el norte,
infinidad de automóviles surcan día a día la avenida del Libertador General San
Martín, que homenajea al único general del ejército argentino que rechazó el
concepto de “obediencia debida”. San Martín, a pesar de “el horror que tengo a derramar la sangre de mis semejantes”,
ordenó en 1812 el fusilamiento de un coronel del ejército español, Antonio
Landívar, acusado de graves violaciones a los derechos humanos, quien alegó en
su defensa el cumplimiento de órdenes superiores.
El militar consideró
que se debía dar un escarmiento ejemplar al autor de esa clase de delitos, ya
que en caso contrario los enemigos “creerían,
como creen, que esto (mostrar indulgencia con Landívar) más que moderación es debilidad, y que aún
tememos el azote de nuestros viejos amos”
Lugones y el Libertador; ejército sanmartiniano, picana eléctrica y
obediencia debida: una paradoja argentina.
Amigo: Propuse tu blog para el Versatile Blogger Award en http://verbiclara.wordpress.com/2014/05/06/complacencia-y-gratitud/
ResponderEliminarSi te llegas allí verás las bases. ¡Felicidades! Amparo